«Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6, 2-3)
Etimológica-mente, la limosna designa un sentimiento de compasión y las ganas que nos llevan a aliviar a todo el que tiene una pena.
Desde la parábola del buen samaritano, un discípulo de Cristo no puede pasar indiferente al lado de un hombre que sufre.
Sobre la limosna lee: Mateo 6:1-4
El valor de nuestras acciones reside en la intención que nos mueve a obrar. Es notable que Jesús tilde de hipócritas a ese grupo de gente religiosa que realiza obras buenas para ser vistas por los hombres. Podríamos calificar de hipócritas a aquellos que desempeñan un papel y llevan una doble vida.
Dicho: «...Cuanto menos tengamos obligación de dar algo a alguien, más desinteresado será nuestro afecto. Nuestro deseo para el que amamos es que sea nuestro igual. » El Evangelio extendió la exigencia de la limosna hasta querer y hacer a a los demás el bien que deseamos para nosotros mismos.
Dicho: «Quien distribuye sus bienes temporales no abandona más que las cosas exteriores a él, pero quien da su compasión al prójimo le da algo de sí mismo.» La limosna no consiste sólo en aliviar la desgracia ajena, sino ante todo, en compartir su sufrimiento.
Para el cristiano, la caridad comienza a partir del momento en que se priva o se empobrece por los demás. Por eso el Padre celestial es el único que lo ve, allá en lo secreto.
La ayuda voluntaria o limosna, es el encuentro de dos hermanos que se juntan, el más emocionado y el más dichoso de los cuales no es el que recibe, sino el que da, más que un deber es una necesidad de nuestro corazón con respecto a los que sufren.
En efecto, ¿puedo pensar despiadada-mente que existen alrededor de mí seres humanos, honrados y trabajadores, hijos de Dios, y que no están seguros del mañana, o que hoy están pasando una situación muy difícil? ¿Que hay familias enteras en lugares indignos, sucios, y ven llegar el final de cada mes; que hay niños que no tienen ninguna educación, encargados que no pueden mantenerlos, ancianos que acaban en la pobreza después de una vida laboriosa?
¿Por qué? Cerca de nosotros hay hogares rotos, seres traicionados y abandonados, que maldicen una vida demasiado cruel... Ni nuestra conciencia ni nuestro corazón podrán estar tranquilos en tanto no hayamos participado en su desgracia, en tanto no les hayamos dado una parte de la dicha de que gozamos.
Y cualquiera que sea la manera como nuestra compasión se manifieste: material, tiempo, amistad, todas esas formas de limosna cristiana serán una obra de justicia fraternal.
Etimológica-mente, la limosna designa un sentimiento de compasión y las ganas que nos llevan a aliviar a todo el que tiene una pena.
Desde la parábola del buen samaritano, un discípulo de Cristo no puede pasar indiferente al lado de un hombre que sufre.
Sobre la limosna lee: Mateo 6:1-4
El valor de nuestras acciones reside en la intención que nos mueve a obrar. Es notable que Jesús tilde de hipócritas a ese grupo de gente religiosa que realiza obras buenas para ser vistas por los hombres. Podríamos calificar de hipócritas a aquellos que desempeñan un papel y llevan una doble vida.
Dicho: «...Cuanto menos tengamos obligación de dar algo a alguien, más desinteresado será nuestro afecto. Nuestro deseo para el que amamos es que sea nuestro igual. » El Evangelio extendió la exigencia de la limosna hasta querer y hacer a a los demás el bien que deseamos para nosotros mismos.
Dicho: «Quien distribuye sus bienes temporales no abandona más que las cosas exteriores a él, pero quien da su compasión al prójimo le da algo de sí mismo.» La limosna no consiste sólo en aliviar la desgracia ajena, sino ante todo, en compartir su sufrimiento.
Para el cristiano, la caridad comienza a partir del momento en que se priva o se empobrece por los demás. Por eso el Padre celestial es el único que lo ve, allá en lo secreto.
La ayuda voluntaria o limosna, es el encuentro de dos hermanos que se juntan, el más emocionado y el más dichoso de los cuales no es el que recibe, sino el que da, más que un deber es una necesidad de nuestro corazón con respecto a los que sufren.
En efecto, ¿puedo pensar despiadada-mente que existen alrededor de mí seres humanos, honrados y trabajadores, hijos de Dios, y que no están seguros del mañana, o que hoy están pasando una situación muy difícil? ¿Que hay familias enteras en lugares indignos, sucios, y ven llegar el final de cada mes; que hay niños que no tienen ninguna educación, encargados que no pueden mantenerlos, ancianos que acaban en la pobreza después de una vida laboriosa?
¿Por qué? Cerca de nosotros hay hogares rotos, seres traicionados y abandonados, que maldicen una vida demasiado cruel... Ni nuestra conciencia ni nuestro corazón podrán estar tranquilos en tanto no hayamos participado en su desgracia, en tanto no les hayamos dado una parte de la dicha de que gozamos.
Y cualquiera que sea la manera como nuestra compasión se manifieste: material, tiempo, amistad, todas esas formas de limosna cristiana serán una obra de justicia fraternal.
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