Como seguidores de Cristo, debemos representarlo en nuestro carácter, conducta y conversación. 2 Tesalonicenses 3.6-13 Dios quiere que seamos diligentes en nuestro trabajo y fieles para cumplirlo a cabalidad. Pero en nuestra cultura egoísta y hambrienta de placer, es muy fácil dejarse llevar por la pereza o la irresponsabilidad. Este pecado es peligroso en la vida de un cristiano debido al daño que puede ocasionar: las relaciones con los seres queridos se debilitan, se pasan por alto las necesidades de los demás y nuestro trabajo se vuelve mediocre. Como seguidores de Cristo, debemos representarlo en nuestro carácter, conducta y conversación. Pero la pereza indica que no somos confiables ni dignos de confianza. Es más, se desperdicia tanto el tiempo como los dones que el Señor nos ha dado. Todas estas cosas destruyen nuestro testimonio. El comportamiento irresponsable no corresponde a quienes somos en Cristo. Nuestro Señor es nuestro modelo de diligencia al haber glorificado al P
La suave respuesta quita la ira, pero la palabra áspera aumenta el furor. (Proverbios 15:1) En nuestra vida diaria es fácil dejarse llevar por la emoción y acabar metiéndose en discusiones. Muchas veces, estas peleas surgen de malentendidos, de orgullo herido o de intentos de imponer nuestra opinión. En el fragor de la discusión, podemos pensar que si somos más firmes o gritamos más fuerte, saldremos “victoriosos”. Sin embargo, la verdad es que en una pelea, nadie gana. Las palabras pronunciadas impulsivamente pueden herir y dejar marcas que a veces tardan mucho en sanar. Incluso los pequeños desacuerdos pueden convertirse en divisiones importantes, tanto dentro de las familias como entre amigos. ¿Pero vale la pena? La Biblia nos enseña a ser pacificadores, imitando el ejemplo de Jesús, quien, incluso ante las ofensas y las injusticias, no respondió con ira, sino que respondió con amor y perdón. Cuando elegimos evitar una pelea, elegimos el camino de la paz. Si somos pacientes y respon