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Firmes en La FE!



1. Firmes en la fe y en la sana doctrina “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas”

Hoy en día tenemos un gran problema en el seno eclesial, y es que han proliferado numerosas doctrinas diversas y extrañas a la Palabra de Dios.

El dicho de supuestos apóstoles y profetas es más importante que la misma Palabra para muchos.

“No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas. Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento.

Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir.

Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13: 9-15)

El Nuevo Testamento contiene advertencias numerosas en contra de la enseñanza falsa y los falsos maestros:

“Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño” (Hchs. 20: 29)

“Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Romanos 16: 17)

“para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4: 14)

En el tiempo de los destinatarios de esa epístola a los Hebreos, y así como iba dirigido a esos hebreos que se habían convertido a Cristo, lo que peleaba contra su nueva fe era entre otras cosas la enseñanza de lo judaizantes, los cuales enseñaban que para ser salvos era necesario observar los rituales y ceremoniales del Antiguo Testamento, de ahí el asunto de las viandas (la alimentación).

La ley mosaica tenía regulaciones para todo, incluida por supuesto la alimentación (ver Levítico 11).

Muchos enseñaban que era importante seguir cumpliendo esas regulaciones, aún cuando en teoría creían que Cristo cumplió en sí mismo con la Ley. Tenían un problema de falta de definición.

Por eso el autor a los Hebreos les dice que: “buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas”

El corazón, que ejemplariza la misma vida del individuo, es afirmado con la gracia de Dios, y no por el cumplimiento parcial o total de la reglamentación veterotestamentaria acerca de las viandas (comida). Nunca aprovechó eso, porque nadie ha podido cumplir con la Ley, excepto Cristo.

Para los cristianos, tanto para el Israel de Dios (los judíos cristianos), como para los demás, esas leyes que eran sombra de lo que tenía que venir, habían quedado abrogadas:

“Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Colosenses 2: 16, 17)

“…mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad. Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado” (1 Timoteo 4: 3-5)

En cuanto a nosotros, la enseñanza también es clara. Aquí las viandas podrían significar cualquier cosa que tire de nosotros para apartarnos de la voluntad de Dios para nuestras vidas. Por eso es preciso afirmar nuestros corazones con la gracia de Dios.

Sólo la gracia de Dios puede cambiar el corazón, jamás los simples esfuerzos humanos.


2. Excluidos del mundo, y el mundo excluido de nosotros

“10 Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo. Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. 12 Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”:

Los que servían en el tabernáculo, eran los sacerdotes y levitas de ese tiempo, que seguían con sus rituales judíos en el templo de Jerusalén.

Al decir que nosotros “tenemos un altar”, se está refiriendo el autor a los Hebreos, que ese altar es el sacrificio de Cristo, en el cual ellos no creían, y por tanto estaban excluidos de la salvación.

Los cuerpos de los animales que eran ofrecidos en el día de la Expiación no eran comidos, sino quemados “fuera del campamento”:

(Levítico 4: 14-21) “luego que llegue a ser conocido el pecado que cometieren, la congregación ofrecerá un becerro por expiación, y lo traerán delante del tabernáculo de reunión. 15 Y los ancianos de la congregación pondrán sus manos sobre la cabeza del becerro delante de Jehová, y en presencia de Jehová degollarán aquel becerro. Y el sacerdote ungido meterá de la sangre del becerro en el tabernáculo de reunión, y mojará el sacerdote su dedo en la misma sangre, y rociará siete veces delante de Jehová hacia el velo. Y de aquella sangre pondrá sobre los cuernos del altar que está delante de Jehová en el tabernáculo de reunión, y derramará el resto de la sangre al pie del altar del holocausto, que está a la puerta del tabernáculo de reunión. Y le quitará toda la grosura y la hará arder sobre el altar. Y hará de aquel becerro como hizo con el becerro de la expiación; lo mismo hará de él; así hará el sacerdote expiación por ellos, y obtendrán perdón. Y sacará el becerro fuera del campamento, y lo quemará como quemó el primer becerro; expiación es por la congregación”

La sangre del animal era introducida en el santuario por el sumo sacerdote, presentándola ante Dios como ofrenda expiatoria por el pecado. Después de eso, el cuerpo del animal era sacado fuera del campamento y era destruido.

“Y sacarán fuera del campamento el becerro y el macho cabrío inmolados por el pecado, cuya sangre fue llevada al santuario para hacer la expiación; y quemarán en el fuego su piel, su carne y su estiércol” (Levítico 16: 27)

Jesús fue el sacrificio expiatorio supremo, sacrificado como aquellos animales “fuera del campamento”, afuera de las puertas de Jerusalén:

“Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota” (Juan 19: 17)

Su sangre no fue llevada por sumo sacerdote humano alguno al altar del templo, sino que la cruz que estaba “fuera de la puerta”, fue el mismo altar donde su sangre fue derramada por todos nosotros.

El altar del templo de Jerusalén nada tenía que ver con todo esto. Ese altar del templo representa el simple esfuerzo humano por hacer las cosas supuestamente de Dios, que nada vale y para nada sirve ya.


“Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”:

Nosotros los cristianos también estamos con Cristo “fuera del campamento”, excluidos voluntariamente de aquella Jerusalén terrenal que en mucho simboliza el mundo, llevando la muerte de Cristo en nosotros mismos, para así vivir en


Él:

 “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6: 4)

3. Porque no somos de aquí

“14 porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”

Así como Cristo fue excluido, “padeciendo fuera de la puerta”, nosotros somos llamados a padecer por causa de la obra de Cristo, y esto debería ser nuestro privilegio:

“Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5: 41)


El mismo apóstol Pablo lo explica contundentemente:

“Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Colosenses 1: 24)

Pablo había aprendido a sufrir por la consecuencia de la cruz: la extensión de su mensaje y la práctica del mismo: la verdad en el amor.

Somos llamados a vivir fuera del mundo en nuestros corazones, aun y estando físicamente en el mundo, simbolizado aquí por la vieja Jerusalén:

“Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud, mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre” (Gálatas 4: 25, 26)

De ahí que muchos no entienden por qué “nos va tan mal” a los verdaderos cristianos, desde una perspectiva natural, comparándonos con los del mundo, que a muchos les “va tan bien”

De hecho, a los verdaderos cristianos, nos va como le fue a Cristo cuando anduvo entre nosotros, y él ya nos lo advirtió cuando dijo:

“En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16: 33)

Entendiendo el asunto, el mundo es nuestro lugar y tiempo de prueba, aunque de momento nos hemos ya acercado “al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles” (Hebreos 12: 22)

“Nos es necesaria la paciencia para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengamos la promesa” (Hebreos 10: 36)

“Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo”. Ap. 3: 12

Existe una gran diferencia entre los que son de Cristo, y los que dicen serlo, pero no lo son. Veámoslo:

“Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.” (Filipenses 3: 18-21)

El dios de los que dicen ser cristianos pero no lo son, son ellos mismos, y se constituyen como enemigos de la cruz de Cristo, ya que aunque con su boca la confiesan, con sus hechos e intenciones la niegan.
4. La alabanza de nuestros labios constituye nuestro sacrificio a Dios

15 Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”

Para aquellos judíos creyentes en Cristo, a quienes en primera instancia iba dirigida esa epístola, por ser ya verdaderos cristianos, no podían adorar con los judíos en el templo de Jerusalén, ofreciendo sus sacrificios por medio de mediadores (los sacerdotes), por lo tanto se les insta aquí a adorar y a alabar por sí mismos, no presentando ningún animal u ofrenda material, sino con el simple fruto de sus labios, cumpliendo así la profecía de Oseas:

“Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios” (Oseas 14: 2)


Veamos también en Isaías:

“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados. Porque no contenderé para siempre, ni para siempre me enojaré; pues decaería ante mí el espíritu, y las almas que yo he creado. Por la iniquidad de su codicia me enojé, y le herí, escondí mi rostro y me indigné; y él siguió rebelde por el camino de su corazón. He visto sus caminos; pero le sanaré, y le pastorearé, y le daré consuelo a él y a sus enlutados; produciré fruto de labios: Paz, paz al que está lejos y al cercano, dijo Jehová; y lo sanaré” (Isaías 57: 15-19)

Ese fruto de labios que confiesan el nombre de Cristo, hay que entenderlo como cánticos elevados a Él, y también como cualquier manifestación vocal de gratitud a Cristo por su obra de la cruz, y también el confesarlo a otros.

Se nos capacita a ofrecer sacrificios, porque cada uno de los verdaderos creyentes somos sacerdotes del Dios vivo, así como aquellos sacerdotes del A.T. constituyeron el modelo o sombra de lo que luego iba a ser:

“…vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2: 5)


Conclusión.

Debemos afirmar nuestra fe con la verdad y la gracia de Dios, dejando de lado aquella doctrina o enseñanza que nos aparta de esa verdad.

Al vivir de ese modo, somos excluidos de este mundo, que sólo vive para sí y a su manera, para vivir llevando el vituperio de Cristo, lo cual implica su muerte en nosotros, para que así podamos vivir por Él.

Entendemos, por tanto, que no tenemos patria permanente en este mundo, sino que nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos a nuestro Salvador, al Señor Jesucristo.

Así que, mientras estemos en este mundo, ofrezcamos al Señor sacrificios de alabanza, que como tales, nos cuestan ya que son sacrificios, y declaran el reconocer quien es Dios y su Cristo, a pesar de todas las aflicciones temporales.


Dios les bendiga.

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