¿De qué hablas con Dios?
¿Siempre y sólo de ti mismo,
de tus problemas y de tus necesidades?
Pues entonces, lo que haces es presentarle a Dios tu egoísmo.
Aprendamos de Jesús:
«Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Lc 10,21).
Jesús comienza admirando lo bien que hace las cosas el Padre, y alabándolo por ello.
Aprendamos de Jesús:
«Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Lc 10,21).
Jesús comienza admirando lo bien que hace las cosas el Padre, y alabándolo por ello.
Si quieres parecerte a El, antes de pedir, comienza recordando lo que ya te han dado.
Sobre todo recuerda la maravilla de conocer a Dios, su grandeza, su sabiduría, su amor.
Y, si Dios hace tan bien las cosas, pues ¡que las siga haciendo a su modo!: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26,39).
Así oró Jesús y así nos enseñó a orar en la primera parte del Padrenuestro. Procura que tu oración sea siempre así: alabanza a Dios y sumisión convencida a su voluntad.
Y, si Dios hace tan bien las cosas, pues ¡que las siga haciendo a su modo!: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26,39).
Así oró Jesús y así nos enseñó a orar en la primera parte del Padrenuestro. Procura que tu oración sea siempre así: alabanza a Dios y sumisión convencida a su voluntad.
Si lo haces así, tu vida será siempre alegre, nada te quitará la paz.
Porque, pase lo que pase, siempre podrás decir con el famoso poeta Maitena Bundarena: «Todo lo que sucede es adorable».
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