Aportacion de: Ben Ayala
Mi pecado, fracaso e incompetencia han causado tristeza, ansiedad e inconvenientes a familiares y amigos (tambien, probablemente, a desconocidos también).
Asimismo, me han atribuido cosas que no eran culpa mía; cuestiones que yo no podía cambiar.
Pero también he estado del otro lado de la cerca, culpando a otros.
Pero también he estado del otro lado de la cerca, culpando a otros.
Me digo: Si ellos hubieran actuado distinto, yo no estaría en este lío.
La culpa hiere.
Por eso, seamos culpables o no, desperdiciamos mucho tiempo y energía mental tratando de encontrar a alguien que la asuma en nuestro lugar.
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Jesús ofrece una manera mejor de tratar con la culpa.
Aunque Él era impecable, cargó sobre sí el pecado del mundo (Juan 1:29).
Solemos referirnos al Señor como el cordero del sacrificio, pero Él fue también el chivo expiatorio final de todo lo malo del mundo (Levítico 16:10).
Cuando reconocemos nuestro pecado y aceptamos el ofrecimiento de Jesús de quitarlo, ya no tenemos que cargar con el peso de la culpa.
Cuando reconocemos nuestro pecado y aceptamos el ofrecimiento de Jesús de quitarlo, ya no tenemos que cargar con el peso de la culpa.
Podemos dejar de buscar a alguien a quien culpar de nuestras malas acciones y de ser culpados por otros.
Gracias a Jesús, podemos dejar de jugar al juego de echar la culpa.
Gracias a Jesús, podemos dejar de jugar al juego de echar la culpa.
Oremos: "Señor, ayúdame a confesarte mi pecado en lugar de culpar a otros."
Gracias por cargar con mi culpa!
"Admitir nuestro pecado produce el perdón.
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