5. Ireneo/Tertuliano
Ireneo.
El siglo segundo no ha producido un cristiano más eminente que Ireneo. Su actividad misionera, su celo por la causa de la verdad, su talento de escritor, sus admirables dotes pastorales y su martirio, le han hecho pasar a la posteridad rodeado de una aureola luminosa.
Nació en Asia Menor en el año 140, y tuvo el privilegio de ser discípulo de Policarpo, de cuyo martirio en Esmirna ya nos hemos ocupado.
Toda su vida recordó Ireneo con gran satisfacción que había aprendido la doctrina cristiana de los labios de aquellos que estuvieron en contacto inmediato con los apóstoles. Escribiendo a Florino, quien se había desencaminado de la enseñanza que aprendiera en Esmirna, al mismo tiempo que él, le dice:
"Estas doctrinas (las de Florino) no te las enseñaron los ancianos que nos precedieron, y que estuvieron en trato con los apóstoles; porque siendo aún muchacho yo te vi en compañía de Policarpo, en Asia Menor, porque tengo presente en mi memoria lo que pasaba entonces, mejor que lo que pasa hoy. Lo que hemos oído en la niñez crece juntamente con el alma y se identifica con ella; a tal punto que puedo describir el sitio donde el bienaventurado Policarpo se sentaba y hablaba; sus entradas y sus salidas; sus modales y su fisonomía; sus discursos que dirigía a la congregación; cómo hablaba de sus relaciones con San Juan y con los otros que vieron al Señor, sus milagros y sus enseñanzas. Cómo había recibido todo de los que fueron testigos oculares de su vida, lo narraba de acuerdo con la Escritura. Estas cosas, por la virtud de la gracia de Dios, me impartió a mí, y yo las escuchaba con ansiedad, y las escribí, no sobre papel, sino en mi corazón; y por la gracia de Dios, las recuerdo constantemente con memoria fresca y despierta. Y puedo testificar delante de Dios, que si el bienaventurado presbítero apostólico hubiese oído tales cosas, hubiera gritado, se hubiera tapado los oídos, y, conforme a su costumbre, hubiera dicho: «¡Oh mi Dios! ¡a qué tiempos me has traído, para tener que sufrir esto!», huyendo del lugar, donde sentado o en pie, hubiese oído tales palabras".
Policarpo transmitió a Ireneo, su espíritu, su carácter, y sus costumbres.
Siendo aún joven se estableció en Lyon, donde pronto aparece actuando en calidad de anciano de la iglesia, la cual mostraba para con él gran aprecio y admiración. Durante la persecución que asoló a las iglesias de Lyon y Viena, parece que se hallaba ausente, pero regresó pronto, y la iglesia le eligió para ocupar el puesto que había dejado Potín, quien como hemos visto sufrió el martirio a edad muy avanzada. Teniendo que pastorear a esa iglesia y a los grupos de cristianos que había cerca de Lyon, pudo revelarse como un hábil y juicioso conductor del rebaño, haciendo frente a la lucha externa de la persecución, que aún continuaba, y a los conflictos internos producidos por las doctrinas extrañas.
El Oriente, que había mandado excelentes obreros cristianos a Europa a sembrar la buena simiente del evangelio, también mandó enemigos que sembrasen la peligrosa cizaña. La doctrina seguía sintiendo los duros ataques de la herejía. El gnosticismo había ganado mucho terreno. Sus fantásticas especulaciones respondían muy bien al orgullo humano. Ireneo recordaba lo que había oído a Policarpo, y éste a Juan, acerca de estas peligrosas tendencias. Los gnósticos procuraban hacer del cristianismo una cuestión científica más bien que religiosa. Querían que la sabiduría reemplazase a la fe. Todo esto sonaba muy bien en los oídos carnales, pero en realidad el gnosticismo no poseía la verdadera ciencia de la cual hacía tanto alarde. Argumentaban sobre el origen del pecado, mientras los cristianos buscaban verse libres del pecado. Confundían el árbol de la ciencia con el árbol de la vida. Pero los cristianos, digámoslo, no se oponían al estudio de estos problemas, sino a hacer consistir la religión en estas enseñanzas estériles, descuidando la ciencia que nos hace sabios para la salvación. Ocurría entonces lo que ocurre ahora muchas veces con personas mareadas por una ciencia falsa o superficial, que demuestran la más culpable negligencia en lo que afecta a los problemas prácticos de la vida espiritual.
Los montañistas también, dentro de lo mucho de bueno que enseñaban, habían caído en errores y excesos un tanto peligrosos, llevando la espiritualidad a un terreno movedizo. Ireneo, a quien Pressensé llama "un ardiente apóstol de la unidad eclesiástica", aspiraba a que todos los que invocaban el nombre de Cristo formasen un solo redil. Hombre esencialmente moderado, procuraba conciliar las tendencias más opuestas. No se puede decir que lo haya logrado, pero no deja de merecer un sincero aplauso por sus buenos deseos a este respecto. Por amor al orden fue demasiado lejos en sus concesiones a la jerarquía, que ya empezaba a quererse implantar en el cristianismo.
En el año 180 escribió su famoso libro titulado Contra Herejías. Escribe con la habilidad de un griego y piensa con la profundidad de un romano. Presenta a los propagandistas de ideas erróneas cubiertos con la careta de la ortodoxia, entrando en las casas de los cristianos, usando todos los medios astutos para hacerlos mover de la simplicidad que es en Cristo, apelando al orgullo humano, hablando de ciencia y de grandezas aparentes. Este libro refleja el alma de Ireneo. Fue escrito en un estilo simple, pero varonil, y no con el objeto de alcanzar los aplausos de los labios, sino con el de presentar la verdad cristiana en la forma por él interpretada. Su libro está libre de aquel espíritu de desprecio que suele verse con mucha frecuencia en los libros de controversia. Creía en la sinceridad de sus adversarios, y si inevitablemente dice algo amargo, lo compara a las medicinas de este gusto, que son desagradables al tomarlas, pero buenas para curar las enfermedades. "Nosotros los amamos —decía— más de lo que ellos se aman a sí mismos. El amor que les tenemos es sincero, y sería un bien para ellos responder a 'este amor .. Por lo tanto, mientras multiplicamos nuestros esfuerzos para lograr que se conviertan, no cesamos de extenderles una mano amigable". En esos tiempos los cristianos no temían la discusión, y en lugar de apelar, como más tarde, a la violencia y a las excomuniones, argumentaban bíblicamente y con serenidad para ganar las almas de los que se hallaban extraviados y fuera de la verdadera doctrina.
Según algunos historiadores, Ireneo sufrió el martirio en el año 197, pero la antigüedad cristiana no ha dejado ningún detalle sobre las circunstancias y pormenores de su muerte.
Tertuliano.
La antigua ciudad de Cartago, situada en las márgenes africanas del Mediterráneo, fue la cuna del elocuente orador, fuerte apologista, e incansable luchador que se llamó Tertuliano. A pesar de su civilización, los cartagineses eran rudos, impetuosos, y de costumbres casi salvajes. De este ambiente salió, algo refinado pero no del todo pulido, el más elocuente de los defensores del cristianismo.
Nació en el año 160, siendo su padre un centurión del ejército romano. Pertenecía, por lo tanto, a la clase mediana de la sociedad. En vista de sus dotes naturales de orador fogoso, sus padres lo iniciaron en la carrera de las leyes, esperando verlo actuar de manera sobresaliente en las contiendas que se debatían en el Foro. Llegó a ser poderoso en la lengua griega, pero su idioma, el idioma con el que iba a pelear mil batallas y escribir numerosos volúmenes, fue el latín, que dominó y manejó cual ningún otro en su época. La vida pagana le arrastró en todas las corrientes del vicio. El circo, el bajo teatro, y los mil placeres carnales que Cartago ofrecía, tuvieron en el joven pagano un apasionado admirador y partícipe.
No sabemos cómo tuvo lugar su conversión, pero parece que ésta fue repentina, y tal vez producida por el espectáculo inspirador que le ofrecían los mártires que iban valiente y gozosamente al encuentro de la muerte. Pero sabemos que se conirtió siendo hombre ya hecho, y cuando había probado la impotencia de los placeres mundanales para satisfacer las necesidades del hombre. La crisis por la cual pasó tuvo necesariamente que ser violenta, para que fuese vencida su impetuosa naturaleza carnal, y pudiese ser formado en él ese hombre nuevo que es criado conforme a Dios en justicia y santidad de verdad. Pressensé al hablar de este cambio y de su carácter, dice: "Entró en la nueva carrera con toda impetuosidad de su naturaleza, y desde el día que puso la mano al arado, en el campo regado con tanta sangre, nunca lanzó una mirada hacia atrás. De las cosas que quedaron atrás, sólo pensó como de cosas malditas y se esforzó con todo su poder hacia el blanco que estaba delante. Sin pesar ninguno, holló con sus pies toda cosa que se interponía entre él y sus aspiraciones, ya fuese este obstáculo el paganismo con sus pompas y glorias, o ya las formas eclesiásticas de su tiempo, cuando le parecía que dejaban de llenar su verdadero objeto. Siempre estaba listo para declarar que sólo las cosas imposibles eran dignas de nuestros esfuerzos. Tuvo, por lo tanto, la porción que le toca a los espíritus ardientes y anhelosos, nunca supo lo que era reposo; su mano estuvo siempre contra todos. Su vida fue una larga batalla, primeramente consigo mismo, luego con toda influencia opuesta a sus ideas, o que en algo difería. Para él la moderación era imposible; iba a los extremos tanto en el odio como en el amor, en lenguaje como en pensamiento; pero todo acto o palabra de su parte, era el resultado de profundas convicciones, y estaban animados por lo que sólo puede dar vitalidad a los esfuerzos del espíritu humano —un sincero ardor y pasión por la verdad. Aun los excesos de su vehemencia le dieron un elemento de poder, porque empleaba a su servicio una elocuencia fogosa. Todo su carácter se resume en una palabra: pasión".
El historiador católico Duchesne, al referirse a Tertuliano, dice: "Desde el año 197 se le halla con la pluma en la mano, exhortando a los mártires, defendiendo la religión ante la opinión pagana y contra los rigores del procónsul. Desde sus primeros escritos se revela esa retórica ardiente, esa verbosidad inagotable, este conocimiento profundo de su tiempo, esa familiaridad con los hechos antiguos y los libros que los relatan, ese espíritu instigador y agresivo, que caracteriza toda su literatura".
Se inició como escritor cristiano dirigiendo una carta animadora a los muchos hermanos que estaban presos y esperando la hora del martirio. Parece que envidia la suerte de aquellos que sufrían por la buena causa, y expresa sus profundos anhelos de llegar pronto al fin de su peregrinación terrestre. Este mundo corrompido no tiene para él ningún encanto, a causa del reino tan manifiesto del pecado. Suspira por estar con el Señor, y verse libre de la atmósfera corrupta de esta existencia. La prisión obscura que habitaban todos los mártires no podía ser peor que todo lo que se halla en medio de una sociedad corrompida. El corazón del autor se ve en uno de los párrafos de esta carta, que dice así: "No tenéis los falsos dioses ante vuestros ojos, no tenéis que pasar delante de sus estatuas; no tenéis que participar con vuestra presencia de las fiestas de los paganos; estáis libres de tener que aspirar el incienso corrompido; vuestros oídos no se ofenden con los clamores que salen de los teatros, ni vuestras almas son irritadas por la crueldad, la locura y vileza de aquellos que toman parte; vuestros ojos no se profanan por las escenas que se ven en esos refugios del vicio y de la prostitución".
El lenguaje de Tertuliano demuestra el pesar e indignación que producían en su ánimo las escenas que tenía que contemplar a cada paso en las calles y plazas de la gran ciudad africana. Los mismos o aun más profundos sentimientos expresa cuando escribe su famoso tratado contra los espectáculos.
Sus escritos son numerosos, extensos y variados. Escribió con tal vitalidad, que aun cuando han desaparecido las causas que produjeron sus obras, éstas no han perdido del todo su frescura, y diez y siete siglos que median entre nosotros y él, no han podido marchitar las flores de su jardín literario. No hay cuestión teológica, especulativa, doctrinal y moral que él no haya tratado, ni error que no haya sentido la descarga de sus terribles plumazos. Su Apología es más bien un desafío a los paganos. Defiende valientemente a sus hermanos perseguidos, en el gran foro de este mundo, con todo el ardor que tiene el buen abogado cuando sabe que su causa es justa. Como él mismo dice, no teme a ninguna de las dos cartas del dios Jano. "Crucificadnos, —escribe a los paganos— torturadnos, que cuanto más nos segáis más crecemos. La sangre de cristianos es semilla de cristianos."
En aquellos días habían crecido mucho las iglesias montañistas. Las ideas que sus adeptos profesaban, cuadraban tan bien con la manera de ser de Tertuliano, que se ha dicho que si el montañismo no hubiera existido, Tertuliano lo habría fundado. No tardó en adherirse a este movimiento, poniendo por completo su persona, sus facultades y su elocuencia al servicio de esta causa. Hay que entender que los montañistas se habían apartado de los otros cristianos en señal de protesta contra el formalismo, clericalismo, y decadencia espiritual que se empezaba a notar en muchas iglesias. Aspiraban a mantener la más completa pureza y fervor. Daban énfasis al sacerdocio universal de los creyentes, y eran democráticos en el gobierno de las iglesias, en oposición a las pretensiones del naciente episcopado. Se acusa a los montañistas de haber llevado a un extremo peligroso lo que ellos creían ser la inspiración profética. Hombres y mujeres se levantaban en las asambleas, no sólo para predicar, sino para profetizar acerca del futuro. El movimiento revestía todos los caracteres de los avivamientos; gran exaltación, mucho rigorismo, terribles amenazas. Creían en la inminencia de la segunda venida del Señor; gloriosa esperanza que los otros cristianos empezaban a perder. Tertuliano decía: "¡Oh qué espectáculo será la gloriosa y triunfante venida de Cristo, tan seguramente prometida, y tan cercana! ¡Qué gozo el de los ángeles y qué gloria la de los santos resucitados! ¡Empezará su reino y se levantará una nueva Jerusalén! Después vendrá la escena final —el amanecer del gran día del juicio y de la confusión de las naciones que se burlaban y no esperaban aquel día que con llama devoradora destruirá el viejo mundo, con todas sus obras. ¡Oh glorioso espectáculo!"
Tertuliano fue siempre montañista en su espíritu. Para adherirse a ellos no tuvo que pasar por ninguna crisis ni efectuar ningún cambio de ideas. Lo que le decidió a pronunciarse franca y abiertamente por ellos fue el observar que eran calumniados y combatidos injustamente.
Tertuliano murió en el año 220, legando al cristianismo el ejemplo de su incansable actividad, de su fervor y sinceridad nunca desconocidos, de su amor a los perseguidos por causa de la justicia; y sus magníficas obras literarias que perdurarán en el mundo como ricos modelos de la primitiva elocuencia cristiana. El hacha de Juan Bautista nunca se le cayó de la mano, y constantemente la hizo caer firme y pesada sobre la raíz del árbol carcomido de la idolatría.
Literatura cristiana del segundo siglo.
La literatura cristiana del primer siglo que ha llegado hasta nosotros, es la que compone el Nuevo Testamento. Esto no significa que fueron los únicos libros escritos por los cristianos de aquel período, pues circulaban otros Evangelios y Epístolas, ya anónimamente, ya llevando el nombre de sus autores.
Respecto a la literatura del segundo siglo, ya hemos mencionado las obras de Ignacio de Antioquia, de Ireneo, de Tertuliano, al dar cuenta de la vida de estos hombres. Pasemos ahora a hacer un ligero repaso de estos libros de aquel siglo que han sido conservados hasta la época presente y que son de inestimable valor para conocer el pensamiento cristiano que dominaba entonces.
la didache. Este libro es probablemente el más antiguo después de los escritos apostólicos. Algunos lo hacen remontar a los últimos años del primer siglo; pero es más aceptable la idea de que haya sido escrito a principios del segundo. El erudito obispo Lightfoot le atribuye una gran antigüedad basándose en que "el episcopado aparentemente no se había hecho universal, la palabra obispo es todavía sinónima de presbítero". La Didache está dividida en dos partes. La primera que lleva el título "El camino de la vida y el camino de la muerte", contiene una enumeración de los deberes morales relacionados con la vida cristiana y advertencias acerca de los pecados que conspiran contra la piedad. La segunda parte, que es la más importante, trata de las ordenanzas del bautismo y de la cena, sobre el modo de honrar en la iglesia a los que tienen el don de enseñar, y da instrucciones acerca de los actos del culto en el día del Señor y sobre la elección de obispos y diáconos. Es muy importante notar en este antiguo documento, la absoluta ausencia de ceremonialismo y sacramentalismo, que aparecen en siglos posteriores y la igualdad de los pastores, lo que demuestra que la jerarquía en las iglesias era desconocida. La Didache es llamada también Doctrina de los Doce Apóstoles. Era conocida de los padres primitivos, pero se perdió durante varios siglos. Felizmente fue hallada por un sacerdote griego, Fileteo Bryennios, en el año 1883, en la Biblioteca Patriarcal de Constantinopla, en un manuscrito griego que contenía también otras obras antiguas y de mucha importancia. Desde entonces se han hecho varias ediciones en el original, y traducciones al alemán, al inglés y al francés.
epístola de bkrnabe. Orígenes y Clemente de Alejandría atribuían este escrito al compañero de San Pablo que figura en los Hechos, pero la crítica está casi unánime en creer que fue compuesto por algún otro cristiano del mismo nombre. Se cree que su composición data aproximadamente del año 100, pero algunos la hacen remontar unos treinta años antes, y otros a unos veinte años después. El célebre manuscrito de la Biblia llamado Sinaítico, que fue hallado por Tischendorf en el año 1859, contiene esta Epístola al fin de los libros del Nuevo Testamento. Hace muchas referencias a las Escrituras, y en algo se asemeja a la Epístola a los Hebreos, pero lleva la interpretación alegórica a un terreno inaceptable a los buenos intérpretes, lo que le quita mucho de su mérito.
epístolas be clemente. La primera de estas Epístolas se atribuye a Clemente de Roma, y en tal caso pertenecería al siglo primero. Está dirigida a los Corintios, y de su lectura se desprende que la iglesia se sentía aún azotada por cismas y otros problemas de la misma índole de los que motivaron la composición de las Epístolas de San Pablo a esa iglesia. Abunda en citas del Antiguo Testamento, pero a veces son hechas con muy poco acierto. Para demostrar la resurrección, entre algunos argumentos de valor, se encuentra una mención de la leyenda del fénix fabuloso.
La segunda de estas Epístolas tiene más bien el carácter y forma de un sermón escrito. Es, según Lightfoot, "el primer ejemplo de una homilía cristiana". El estilo, siendo muy diferente del de la otra carta, demuestra, según muchos críticos, que no es obra del mismo autor.
Estas dos Epístolas se hallan junto con los demás libros del Nuevo Testamento, en el manuscrito Alejandrino, lo que hace suponer que eran leídas en las reuniones de las iglesias.
obras de papías. Papías, presbítero de Hierápolis fue, según Ireneo, "oyente de Juan y compañero de Policarpo''. Su obra literaria consistió en una Exposición de los Oráculos del Señor, de la cual sólo existe una pequeña parte. El profesor Chanteris dice "que sería un gran acontecimiento para la crítica bíblica si los cinco libros de Papías que se han perdido, fuesen hallados en alguna biblioteca, pues no es imposible que existan aún". Papías no era un gran genio, pero el fragmento de su obra que se conserva, demuestra que era un hombre poderoso en las Escrituras. Su testimonio en favor de la autenticidad de los libros que componen el Nuevo Testamento es de grande importancia. "Ha transmitido —dice Godet— datos preciosos sobre los orígenes de nuestros dos primeros Evangelios".
el pastor de hermas. Este libro gozaba de mucha popularidad en los primeros siglos. Ha sido llamado El Peregrino de las iglesias primitivas. Erróneamente se creía que su autor era el Hermas que nombra San Pablo en Romanos 16: 14. Se conocía en los tiempos modernos en su traducción latina, pero el original griego, o parte del mismo, fue hallado en el manuscrito Sinaítico, lo que demuestra que tenía general aceptación y que era leído en las iglesias. Ireneo lo clasifica de "Escritura", y Clemente de Alejandría y Orígenes, creían que era divinamente inspirado. Parece que hubo muchos que pensaban lo mismo. Fue compuesto probablemente a mediados del siglo segundo, pero no se conoce su autor, aunque es probable que se llamase Hermas. El libro relata una serie de visiones, que no se sabe si las tuvo realmente el autor, o si las empleó como simples auxilios literarios. En estas visiones aparecen personajes imaginarios que sostienen diálogos con el autor. El principal es "un hombre de aspecto glorioso vestido de pastor'' El libro es muy poco doctrinal pero contiene muy buenas ilustraciones de la vida práctica del cristiano, y exhortaciones a velar contra los pecados de la carne. Contiene también muchas imágenes simbólicas: montañas, rocas, árboles, etc. y principalmente una torre maravillosa, emblema de la iglesia de Cristo.
La recepción de miembros.
"El rasgo esencial de las instituciones de la iglesia en el segundo siglo —dice Pressensé— es el de exigir de sus miembros una adhesión seria a su creencia, y el velar para que no la desmientan con su conducta .. Ella sabe bien que no es la antigua teocracia que abarcaba a todos los hijos de Abraham marcándolos con un signo exterior; no es el nacimiento natural el que hay que tener en cuenta en la sociedad espiritual, sino lo que sus libros sagrados llaman nuevo nacimiento, esta formación de un nuevo corazón y de un nuevo espíritu que no puede ser producido por ninguna ceremonia, ni transmitido por la sangre. Non nascuntur, sed fiunt christiani: uno no nace cristiano, es hecho. Este gran dicho de Tertuliano es el alma de la organización eclesiástica en el segundo siglo".
En el siglo apostólico los que se convertían eran bautizados inmediatamente después, y pasaban así a formar parte de la iglesia, dentro de la cual seguían aprendiendo la doctrina y fortaleciéndose diariamente por medio de la enseñanza que impartían los hermanos que pastoreaban el rebaño.
En el siglo segundo, hallamos que los que golpeaban las puertas de las iglesias tenían que recibir un grado de instrucción antes de ser admitidos. La persecución había hecho que las iglesias se viesen en la necesidad de usar mucha cautela respecto a la recepción de nuevos miembros. Los candidatos eran presentados a los ancianos, quienes los sometían a un minucioso examen, y si hallaban la aprobación de éstos, eran admitidos en la categoría de catecúmenos. Durante dos o tres años, recibían instrucción, y si daban pruebas evidentes de conversión, haciendo frutos dignos de arrepentimiento, y apartándose radicalmente de las costumbres licenciosas de la vida pagana, eran admitidos al bautismo.
Pressensé, al tratar de la vida eclesiástica, religiosa y moral de los cristianos en los siglos segundo y tercero, dice:
"La celebración del bautismo era una de las ceremonias más imponentes de la antigua iglesia. Parece que era todavía muy simple en el primer tercio del segundo siglo, en tiempos de Justino Mártir. Se encuentran bien las formas esenciales del rito, en el cuadro que nos traza, pero están poco sujetas a reglas fijas y descartan toda influencia sacerdotal." "Los que —dice Justino— con plena persuasión han creído que los que les hemos enseñado es conforme a la verdad, y han declarado poder llevar una vida cristiana, son invitados a unir el ayuno a la oración para pedir a Dios el perdón de los pecados que han cometido, y nosotros también ayunamos y oramos con ellos. Los llevamos en seguida a un lugar donde encontramos agua y reciben la regeneración como la hemos recibido nosotros; porque somos sumergidos en el agua en nombre de Dios, Padre y Soberano de todas las cosas que existen, de Jesucristo nuestro Salvador, y del Espíritu Santo." El bautismo así comprendido no puede asimilarse a la regeneración misma; es cierto que no la produce de una manera mágica, y que esta identificación del signo y la cosa representada con expresiones tal vez imprudentes, no tiene ninguna importancia. El neófito ya está moral-mente renovado cuando se acerca al río en el cual será sumergido. Ha confesado su fe y se ha declarado capaz de entrar en la nueva vida, lo que implica que ya la posee. Justino Mártir nos lo muestra preparado por una instrucción preliminar para el gran acto que va a realizarse. Tocante al acto mismo, en su tiempo, no está sujeto a fechas fijas. La cosa importante es la condición moral de la fe suficiente. No se celebra tampoco en un lugar determinado. Como Lidia, la vendedora de púrpura convertida por San Pablo en Filipos, el neófito es sumergido en el arroyo vecino. En fin, el principal oficiante no es un sacerdote especial, que no existe, sino la iglesia misma, orando y ayunando con el catecúmeno. Ella tiene la conciencia de presidir enteramente su bautismo, aunque, muy ciertamente, sus ancianos y sus diáconos figuran en la ceremonia como sus representantes. Justino Mártir, que es un laico, habla en su nombre como en nombre de todos sus hermanos, cuando dice: "Conducimos a los catecúmenos a un lugar donde hay agua". Esta inmersión y la bendición en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, parece que eran los únicos ritos del bautismo en esta época. Conserva todavía su carácter primitivo».
A las palabras ya citadas añadamos éstas del célebre Bunsen, extraídas de su magistral obra sobre Hipólito y su tiempo, quien al hablar de la recepción de miembros mediante el bautismo por inmersión, dice: "La antigua iglesia tenía por regla exigir tres años para esta preparación, cuando el judío o pagano que se presentaba era hallado capaz y digno de ser admitido; para los hijos de los cristianos existía la misma obligación, salvo que el tiempo de preparación se abreviaba según las circunstancias. El bautismo de los niños en el sentido moderno, es decir como bautismo de párvulos, donde los padres o padrinos hacen compromisos en lugar del niño, este bautismo era completamente desconocido a la antigua iglesia, no sólo hasta fines del segundo siglo, sino hasta mediados del tercero''.
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