INTRODUCCIÓN
Samuel es considerado a la vez como el último de los jueces o caudillos (cf. 1 S 7.10-13, véase Introducción a Jueces ) y el primero de los grandes profetas de Israel (1 S 3.20). Los libros que llevan su nombre relatan el paso del anárquico periodo de los jueces (cf. Jue 17.6; 21.25) al establecimiento y consolidación de la unidad nacional bajo un rey elegido por Dios y consagrado por un profeta (1 S 10.1; 16.13).
Tres personajes son los principales protagonistas de los sucesos relatados en estos libros: Samuel, Saúl y David. Los primeros capítulos, en efecto, refieren el nacimiento de Samuel y su vinculación con el santuario de Siló, al frente del cual estaba el sacerdote Elí (1 S 1.1–2.11). También los hijos de Elí prestaban servicios en aquel santuario, pero a ellos les importaba más obtener beneficios personales que cumplir con sus deberes sacerdotales. En consecuencia, cometían toda clase de abusos (1 S 2.12-25), que fueron castigados con la derrota de Israel, la muerte de los culpables y la caída del arca del pacto en poder de los filisteos (1 S 4.1b–5.2). En estas críticas circunstancias, Samuel fue llamado por Dios a ejercer la función profética (1 S 3.1-18), fue favorecido con revelaciones divinas (1 S 3.21–4.1a) y, más tarde, en su condición de juez y caudillo (1 S 7.2-17), guió los destinos de su pueblo hasta que este le pidió ser gobernado por un rey (1 S 8.4-6).
El texto pasa luego a relatar una etapa decisiva en la historia de Israel: la institución de la monarquía y los primeros años del reinado de Saúl (1 S 8–15). La trayectoria de Saúl como primer rey de Israel se inició con una resonante victoria (1 S 11). Pero este comienzo promisorio se vio prontamente frustrado por la patética decadencia que fue minando el carácter de Saúl y su capacidad de gobernante. Este profundo desequilibrio se puso de manifiesto, sobre todo, en la encarnizada persecución de que hizo objeto a David, la cual obligó a este último a convertirse en fugitivo y aun en mercenario de los filisteos (1 S 16–30). Así, los relatos contraponen dos destinos opuestos: el de David, que siguió una brillante carrera ascendente, y el de Saúl, que se precipitó cada vez más hacia su trágico final. Este final se describe dramáticamente en el último capítulo del Primer libro de Samuel (=1 S), que narra la muerte de Saúl y de sus hijos en la batalla de Guilboa (cap. 31).
El segundo libro continúa el relato, insertando al principio el bello canto fúnebre que entona David para lamentar la muerte de Saúl y de su gran amigo Jonatán (2 S 1.17-27). Luego, el resto del libro está dedicado por entero a narrar la historia del reinado de David, ejercido primero solamente sobre Judá (2 S 2.4,11) y más tarde sobre todo Israel (2 S 5.1-5).
Estas narraciones presentan a David como un guerrero valeroso y hábil, que extendió y consolidó su reino en lucha contra los enemigos externos y contra las rebeliones internas. También ponen de relieve su profunda religiosidad (cf. 2 S 6.14,21-22; 7.18-29) y su preocupación por asentar sobre bases sólidas la organización del reino (cf. 2 S 8.15-18). Pero al mismo tiempo descubren sus debilidades y pecados, que llegaron incluso hasta el adulterio y el asesinato (2 S 11.1–12.25).
La institución de la monarquía aparece en el Primer libro de Samuel como una concesión del Señor a los deseos expresados por los israelitas, sin que esto signifique, de parte de Dios, una renuncia a su autoridad soberana como verdadero rey de Israel. Por tanto, después de conceder al pueblo el rey que le pedía, el Señor reclamó para sí una obediencia que está por encima de toda autoridad humana: Ahora os toca a vosotros honrar al Señor y rendirle culto, escuchar su voz y no desobedecer sus mandatos, y vivir, tanto vosotros como el rey que os gobierne, conforme a la voluntad del Señor vuestro Dios (1 S 12.14).
Por otra parte, la persona y el reinado de David dejaron una huella profunda en el pueblo de Israel, que vio en él a su héroe por excelencia, después de Moisés. Así David se convirtió en prototipo y prefiguración del Mesías, el Elegido de Dios, que vendría a cumplir las grandes promesas del Señor a su pueblo Israel.
Los dos libros de Samuel constituyen en realidad una sola obra. El primero incluye las siguientes secciones:
I. Infancia de Samuel, profeta y juez de Israel (1–7)
II. Institución de la monarquía (8–12)
III. Victorias y reprobación de Saúl (13–15)
IV. Ascenso de David y decadencia de Saúl (16–31)
Samuel es considerado a la vez como el último de los jueces o caudillos (cf. 1 S 7.10-13, véase Introducción a Jueces ) y el primero de los grandes profetas de Israel (1 S 3.20). Los libros que llevan su nombre relatan el paso del anárquico periodo de los jueces (cf. Jue 17.6; 21.25) al establecimiento y consolidación de la unidad nacional bajo un rey elegido por Dios y consagrado por un profeta (1 S 10.1; 16.13).
Tres personajes son los principales protagonistas de los sucesos relatados en estos libros: Samuel, Saúl y David. Los primeros capítulos, en efecto, refieren el nacimiento de Samuel y su vinculación con el santuario de Siló, al frente del cual estaba el sacerdote Elí (1 S 1.1–2.11). También los hijos de Elí prestaban servicios en aquel santuario, pero a ellos les importaba más obtener beneficios personales que cumplir con sus deberes sacerdotales. En consecuencia, cometían toda clase de abusos (1 S 2.12-25), que fueron castigados con la derrota de Israel, la muerte de los culpables y la caída del arca del pacto en poder de los filisteos (1 S 4.1b–5.2). En estas críticas circunstancias, Samuel fue llamado por Dios a ejercer la función profética (1 S 3.1-18), fue favorecido con revelaciones divinas (1 S 3.21–4.1a) y, más tarde, en su condición de juez y caudillo (1 S 7.2-17), guió los destinos de su pueblo hasta que este le pidió ser gobernado por un rey (1 S 8.4-6).
El texto pasa luego a relatar una etapa decisiva en la historia de Israel: la institución de la monarquía y los primeros años del reinado de Saúl (1 S 8–15). La trayectoria de Saúl como primer rey de Israel se inició con una resonante victoria (1 S 11). Pero este comienzo promisorio se vio prontamente frustrado por la patética decadencia que fue minando el carácter de Saúl y su capacidad de gobernante. Este profundo desequilibrio se puso de manifiesto, sobre todo, en la encarnizada persecución de que hizo objeto a David, la cual obligó a este último a convertirse en fugitivo y aun en mercenario de los filisteos (1 S 16–30). Así, los relatos contraponen dos destinos opuestos: el de David, que siguió una brillante carrera ascendente, y el de Saúl, que se precipitó cada vez más hacia su trágico final. Este final se describe dramáticamente en el último capítulo del Primer libro de Samuel (=1 S), que narra la muerte de Saúl y de sus hijos en la batalla de Guilboa (cap. 31).
El segundo libro continúa el relato, insertando al principio el bello canto fúnebre que entona David para lamentar la muerte de Saúl y de su gran amigo Jonatán (2 S 1.17-27). Luego, el resto del libro está dedicado por entero a narrar la historia del reinado de David, ejercido primero solamente sobre Judá (2 S 2.4,11) y más tarde sobre todo Israel (2 S 5.1-5).
Estas narraciones presentan a David como un guerrero valeroso y hábil, que extendió y consolidó su reino en lucha contra los enemigos externos y contra las rebeliones internas. También ponen de relieve su profunda religiosidad (cf. 2 S 6.14,21-22; 7.18-29) y su preocupación por asentar sobre bases sólidas la organización del reino (cf. 2 S 8.15-18). Pero al mismo tiempo descubren sus debilidades y pecados, que llegaron incluso hasta el adulterio y el asesinato (2 S 11.1–12.25).
La institución de la monarquía aparece en el Primer libro de Samuel como una concesión del Señor a los deseos expresados por los israelitas, sin que esto signifique, de parte de Dios, una renuncia a su autoridad soberana como verdadero rey de Israel. Por tanto, después de conceder al pueblo el rey que le pedía, el Señor reclamó para sí una obediencia que está por encima de toda autoridad humana: Ahora os toca a vosotros honrar al Señor y rendirle culto, escuchar su voz y no desobedecer sus mandatos, y vivir, tanto vosotros como el rey que os gobierne, conforme a la voluntad del Señor vuestro Dios (1 S 12.14).
Por otra parte, la persona y el reinado de David dejaron una huella profunda en el pueblo de Israel, que vio en él a su héroe por excelencia, después de Moisés. Así David se convirtió en prototipo y prefiguración del Mesías, el Elegido de Dios, que vendría a cumplir las grandes promesas del Señor a su pueblo Israel.
Los dos libros de Samuel constituyen en realidad una sola obra. El primero incluye las siguientes secciones:
I. Infancia de Samuel, profeta y juez de Israel (1–7)
II. Institución de la monarquía (8–12)
III. Victorias y reprobación de Saúl (13–15)
IV. Ascenso de David y decadencia de Saúl (16–31)
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