INTRODUCCIÓN
Una serie de libros que en la Biblia hebrea llevan el título de Profetas anteriores ( Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel 1, y 2 Reyes ) aparecen después del Pentateuco. Esta designación se explica por una antigua tradición judía, que consideraba autores de esos escritos a determinados profetas: a Josué le atribuía la composición del libro que lleva su nombre; a Samuel, la de Jueces y Samuel, y a Jeremías, la de 1 y 2 Reyes. Hoy se ha podido demostrar, gracias al análisis literario de los textos, que esa tradición carece de fundamento sólido.
Sin embargo, el título de Profetas anteriores sigue teniendo un significado profundo, ya que los episodios relatados en esos libros son algo más que meros hechos históricos. En efecto, sus protagonistas fueron mujeres y hombres situados en un espacio y en un tiempo determinados, como Josué, Débora, Gedeón, Saúl, David, Betsabé y los reyes de Israel y de Judá; pero en cada etapa de la historia, Dios intervino de modo especial para dar cumplimiento a su designio de salvación. Los hechos que aquí se narran, por lo tanto, están presentados desde una perspectiva profética, que toma en consideración, al mismo tiempo, los factores humanos que intervinieron en cada episodio y la acción de Dios que dirigía el curso de los acontecimientos.
Los estudiosos modernos de la Biblia suelen designar estos escritos con el nombre de Historia deuteronomista, porque la interpretación que dan de la misma está fuertemente influida por la teología de Deuteronomio. Tal influencia se percibe, sobre todo, en su modo de juzgar tanto los hechos en su dimensión global, como la conducta de las personas (compárese, por ej., Dt 12.2-3 y 2 R 17.10-12).
El primero de los Profetas anteriores es el libro de Josué (=Jos), que se divide en dos grandes secciones, seguidas de un breve apéndice.
La primera parte (caps. 1–12) narra la entrada y el asentamiento de los israelitas en Canaán bajo la guía de Josué, el sucesor de Moisés (cf. Dt 31.7-8). Después de la larga marcha por el desierto, el pueblo, que finalmente se había reunido en las llanuras de Moab, cruzó el río Jordán y se dispuso a tomar posesión de la Tierra prometida. Una vez acampados al oeste del río, Josué organizó varias campañas militares: la primera en la Palestina central, y luego otras dos, una dirigida hacia el norte y otra dirigida hacia el sur. Al comienzo de esta sección hay un discurso introductorio pronunciado por Josué, que sitúa los episodios relatados en su contexto teológico: Yo os daré toda la tierra en donde pongáis el pie (Jos 1.3). Por lo tanto, el establecimiento de los israelitas en el país de Canaán no sería una conquista puramente humana, sino un don del Señor.
Esta parte concluye con una enumeración de los reyes vencidos al este y al oeste del Jordán (cap. 12).La segunda sección (caps. 13–22) expone la distribución de las tierras entre las tribus de Israel. En su mayor parte, consta de largas listas de ciudades y pequeños poblados, que no hacen muy atractiva la lectura. Sin embargo, son listas que ofrecen datos valiosos para conocer las fronteras de las tribus israelitas y para localizar algunos lugares mencionados en otros pasajes del AT. Además, este reparto refleja una honda preocupación por la justicia en la distribución de las tierras: cada tribu de Israel –incluida la tribu sacerdotal de Leví, que no recibió como herencia un territorio específico (Nm 18.20; Dt 18.1-2; Jos 13.14)– debía tener, en la Tierra prometida, un espacio donde poder habitar (Jos 21.43-45).
La sección final (caps. 23–24) se refiere a los últimos días de Josué: sus palabras de despedida al pueblo de Israel (cap. 23), la renovación de la alianza en Siquem (24.1-28) y el relato de su muerte (24.29-31).
Se ha hecho notar, con razón, que el verdadero personaje central en Josué no es el héroe que dio nombre al libro, sino la propia Tierra prometida. Lo que en el Pentateuco había sido una promesa, encuentra aquí su realización. Los patriarcas habían vivido como extranjeros en el país de Canaán, pero el Señor les había prometido una tierra y una descendencia numerosa. Más tarde, en el Sinaí, la promesa divina había sido reiterada a Moisés (Ex 3.17); y, ahora, la descendencia de Abraham recibía la Tierra prometida como una herencia, como un don del Señor: Ni una sola palabra quedó sin cumplirse de todas las buenas promesas que el Señor había hecho a los israelitas (Jos 21.45).
De este modo, la Tierra era un signo de la fidelidad de Dios a su palabra, fidelidad que, a su vez, exigía de parte del pueblo una conducta semejante. De ahí la insistencia en señalar que la conquista y la posesión de la Tierra dependían de la observancia de la Ley: mientras los israelitas se mantenían fieles, el Señor les daba la victoria; la infidelidad, por el contrario, hacía que la ira divina se encendiera contra ellos y les ocasionara la derrota (cf. 7.1).
Una lectura superficial de este libro deja la impresión de que los israelitas, dirigidos por Josué, conquistaron el territorio de Canaán a mano armada y de manera rápida y total; pero un examen más atento de los textos muestra, en cambio, que los cananeos no fueron exterminados por completo, sino que muchos de ellos retuvieron sus posiciones durante largo tiempo (cf. 15.63; 17.12-13). Más aún: a veces hicieron pactos con los israelitas y convivieron pacíficamente con ellos (9.1-27; 16.10). Visto así, resulta muy ilustrativa la comparación de estos relatos con el comienzo del libro de Jueces.
De esa comparación resulta que la conquista de Canaán no fue la consecuencia de una guerra de exterminio, sino que se desarrolló con lentitud y no sin dificultades. Unas veces, los israelitas utilizaron las armas; pero en la mayoría de las ocasiones, cada tribu actuó por cuenta propia y en forma pacífica. Solo en tiempos de David la totalidad del territorio quedó incorporado a Israel, y no por la total eliminación de los antiguos pobladores, sino por su integración en el reino davídico.
El esquema siguiente da una visión sintetizada del libro de Josué:
I. La conquista de Canaán (1–12)
II. Repartición del territorio (13–22)
III. Despedida de Josué y renovación del pacto (23–24)
Una serie de libros que en la Biblia hebrea llevan el título de Profetas anteriores ( Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel 1, y 2 Reyes ) aparecen después del Pentateuco. Esta designación se explica por una antigua tradición judía, que consideraba autores de esos escritos a determinados profetas: a Josué le atribuía la composición del libro que lleva su nombre; a Samuel, la de Jueces y Samuel, y a Jeremías, la de 1 y 2 Reyes. Hoy se ha podido demostrar, gracias al análisis literario de los textos, que esa tradición carece de fundamento sólido.
Sin embargo, el título de Profetas anteriores sigue teniendo un significado profundo, ya que los episodios relatados en esos libros son algo más que meros hechos históricos. En efecto, sus protagonistas fueron mujeres y hombres situados en un espacio y en un tiempo determinados, como Josué, Débora, Gedeón, Saúl, David, Betsabé y los reyes de Israel y de Judá; pero en cada etapa de la historia, Dios intervino de modo especial para dar cumplimiento a su designio de salvación. Los hechos que aquí se narran, por lo tanto, están presentados desde una perspectiva profética, que toma en consideración, al mismo tiempo, los factores humanos que intervinieron en cada episodio y la acción de Dios que dirigía el curso de los acontecimientos.
Los estudiosos modernos de la Biblia suelen designar estos escritos con el nombre de Historia deuteronomista, porque la interpretación que dan de la misma está fuertemente influida por la teología de Deuteronomio. Tal influencia se percibe, sobre todo, en su modo de juzgar tanto los hechos en su dimensión global, como la conducta de las personas (compárese, por ej., Dt 12.2-3 y 2 R 17.10-12).
El primero de los Profetas anteriores es el libro de Josué (=Jos), que se divide en dos grandes secciones, seguidas de un breve apéndice.
La primera parte (caps. 1–12) narra la entrada y el asentamiento de los israelitas en Canaán bajo la guía de Josué, el sucesor de Moisés (cf. Dt 31.7-8). Después de la larga marcha por el desierto, el pueblo, que finalmente se había reunido en las llanuras de Moab, cruzó el río Jordán y se dispuso a tomar posesión de la Tierra prometida. Una vez acampados al oeste del río, Josué organizó varias campañas militares: la primera en la Palestina central, y luego otras dos, una dirigida hacia el norte y otra dirigida hacia el sur. Al comienzo de esta sección hay un discurso introductorio pronunciado por Josué, que sitúa los episodios relatados en su contexto teológico: Yo os daré toda la tierra en donde pongáis el pie (Jos 1.3). Por lo tanto, el establecimiento de los israelitas en el país de Canaán no sería una conquista puramente humana, sino un don del Señor.
Esta parte concluye con una enumeración de los reyes vencidos al este y al oeste del Jordán (cap. 12).La segunda sección (caps. 13–22) expone la distribución de las tierras entre las tribus de Israel. En su mayor parte, consta de largas listas de ciudades y pequeños poblados, que no hacen muy atractiva la lectura. Sin embargo, son listas que ofrecen datos valiosos para conocer las fronteras de las tribus israelitas y para localizar algunos lugares mencionados en otros pasajes del AT. Además, este reparto refleja una honda preocupación por la justicia en la distribución de las tierras: cada tribu de Israel –incluida la tribu sacerdotal de Leví, que no recibió como herencia un territorio específico (Nm 18.20; Dt 18.1-2; Jos 13.14)– debía tener, en la Tierra prometida, un espacio donde poder habitar (Jos 21.43-45).
La sección final (caps. 23–24) se refiere a los últimos días de Josué: sus palabras de despedida al pueblo de Israel (cap. 23), la renovación de la alianza en Siquem (24.1-28) y el relato de su muerte (24.29-31).
Se ha hecho notar, con razón, que el verdadero personaje central en Josué no es el héroe que dio nombre al libro, sino la propia Tierra prometida. Lo que en el Pentateuco había sido una promesa, encuentra aquí su realización. Los patriarcas habían vivido como extranjeros en el país de Canaán, pero el Señor les había prometido una tierra y una descendencia numerosa. Más tarde, en el Sinaí, la promesa divina había sido reiterada a Moisés (Ex 3.17); y, ahora, la descendencia de Abraham recibía la Tierra prometida como una herencia, como un don del Señor: Ni una sola palabra quedó sin cumplirse de todas las buenas promesas que el Señor había hecho a los israelitas (Jos 21.45).
De este modo, la Tierra era un signo de la fidelidad de Dios a su palabra, fidelidad que, a su vez, exigía de parte del pueblo una conducta semejante. De ahí la insistencia en señalar que la conquista y la posesión de la Tierra dependían de la observancia de la Ley: mientras los israelitas se mantenían fieles, el Señor les daba la victoria; la infidelidad, por el contrario, hacía que la ira divina se encendiera contra ellos y les ocasionara la derrota (cf. 7.1).
Una lectura superficial de este libro deja la impresión de que los israelitas, dirigidos por Josué, conquistaron el territorio de Canaán a mano armada y de manera rápida y total; pero un examen más atento de los textos muestra, en cambio, que los cananeos no fueron exterminados por completo, sino que muchos de ellos retuvieron sus posiciones durante largo tiempo (cf. 15.63; 17.12-13). Más aún: a veces hicieron pactos con los israelitas y convivieron pacíficamente con ellos (9.1-27; 16.10). Visto así, resulta muy ilustrativa la comparación de estos relatos con el comienzo del libro de Jueces.
De esa comparación resulta que la conquista de Canaán no fue la consecuencia de una guerra de exterminio, sino que se desarrolló con lentitud y no sin dificultades. Unas veces, los israelitas utilizaron las armas; pero en la mayoría de las ocasiones, cada tribu actuó por cuenta propia y en forma pacífica. Solo en tiempos de David la totalidad del territorio quedó incorporado a Israel, y no por la total eliminación de los antiguos pobladores, sino por su integración en el reino davídico.
El esquema siguiente da una visión sintetizada del libro de Josué:
I. La conquista de Canaán (1–12)
II. Repartición del territorio (13–22)
III. Despedida de Josué y renovación del pacto (23–24)
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