7. Persecuciones 5-8
La quinta persecución, comenzando con Severo, el 192 d.C.
Severo, recuperado de una grave enfermedad por los cuidados de un cristiano, Regó a ser un gran favorecedor de los cristianos en general; pero al prevalecer los prejuicios y la furia de la multitud ignorante, se pusieron en acción unas leyes obsoletas contra los cristianos. El avance del cristianismo alarmaba a los paganos, y reavivaron la enmohecida calumnia de achacar a los cristianos les desgracias accidentales que sobrevenían. Esta persecución se desencadenó en el 192 d.C.
Pero aunque rugía la malicia persecutoria, sin embargo el Evangelio resplandecía fulgurosarnente; y firme como inexpugnable roca resistía con éxito a los ataques de sus chillones enemigos. Tertuliano, que vivió en esta época, nos informa de que si los cristianos se hubieran ido en masa de los territorios romanos, el imperio habría quedado despoblado en gran manera.
Víctor, obispo de Roma, sufrió el martírio en el primer año del siglo tercero, el 201 d.C. Leónidas, padre del célebre Orígenes, fue decapitado por cristiano. Muchos de los oyentes de Orígenes también sufrieron el martirio; en particular dos hermanos, llamados Plutarco y Sereno; otro Sereno, Herón y Heráclides, fueron decapitados. A Rhais le deffarnaron brea hirviendo sobre la capeza, y luego lo quemaron, como también su madre Marcela. Potainiena, hermana de Rhais, fue ejecutada de la misma forma que Rhais; pero Basflides, oficial del ejército, a quien se le ordenó que asistiera a la ejecución, se convirtió.
Al pedírsele a Basílides, que era oficial, que hiciera un cierto juramento, rehusó, diciendo que no podría jurar por los ídolos romanos, por cuanto era cristiano. Llenos de estupor, los del populacho no podían al principio creer lo que oían; pero tan pronto él confirmó lo que había dicho, fue arrastrado ante el juez, echado en la cárcel, y poco después decapitado.
Ireneo, obispo de Lyon, había nacido en Grecia, y recibió una educación esmerada y cristiana. Se supone generalmente que el relato de las persecuciones en Lyon fue escrito por él mismo. Sucedió al mártir Potino como obispo de Lyon, y gobernó su diócesis con gran discreción; era un celoso oponente de las herejías en general, y alrededor del 187 d.C. escribió un célebre tratado contra las herejías. Víctor, obispo de Roma, queriendo imponer allí la observancia de la Pascua en preferencia a otros lugares, ocasionó algunos desórdenes entre los cristianos. De manera particular, Ireneo le escribió una epístola sinódica, en nombre de las iglesias galicanas. Este celo en favor del cristianismo lo señaló como objeto de resentimiento ante el emperador, y fue decapitado el 202 d.C.
Extendiéndose las persecuciones a África, muchos fueron martirizados en aquel lugar del globo; mencionaremos a los más destacados entre ellos.
Perpetua, de unos veintidós años, casada. Los que sufrieron con ella fueron Felicitas, una mujer casada y ya en muy avanzado estado de gestación cuando fue arrestada, y Revocato, catecúmeno de Cartago, y un esclavo. Los nombres de los otros presos destinados a sufrir en esta ocasión eran Saturnino, Secundulo y Satur. En el día señalado para su ejecución fueron llevados al anfiteatro. A Satur, Secúndulo y Revocato les mandaron que corrieran entre los cuidados de las fieras. Estos, dispuestos en dos hileras, los flagelaron severamente mientras corrían entre ellos. Felicitas y Perpetua fueron desnudadas para echarlas a un toro bravo, que se lanzó primero contra Perpetua, dejándola inconsciente; luego se abalanzó contra Felicitas, y la empitonó terriblemente; pero no habían quedado muertas, por lo que el verdugo las despachó con una espada. Revocato y Satur fueron devorados por las fieras; Saturnino fue decapitado, y Secúndulo murió en la cárcel. Estas ejecuciones tuvieron lugar en el ocho de marzo del año 205.
Esperato y otros doce fueron decapitados, lo mismo que Androcles en Francia. Asclepiades, obispo de Antioquia, sufrió muchas torturas, pero no fue muerto.
Cecilia, una joven dama de una buena familia en Roma, fue casada con un caballero llamado Valeriano, y convirtió a su marido y hermano, que fueron decapitados; el máximo, u oficial, que los llevó a la ejecución, fue convertido por ellos, y sufrió su misma suerte. La dama fue echada desnuda en un baño hirviente, y permaneciendo allí un tiempo considerable, la decapitaron con una espada. Esto sucedió el 222 d.C.
Calixto, obispo de Roma, sufrió martirio el 224 d.C., pero no se registra la forma de su muerte; Urbano, obispo de Roma, sufrió la misma suerte el 232 d.C.
La sexta persecución, bajo Maximino, el 235 d.C.
El 235 d.C. comenzó, bajo Maximino, una nueva persecución. El gobernador de Capadocia, Seremiano, hizo todo lo posible para exterminar a los cristianos de aquella provincia.
Las personas principales que murieron bajo este reinado fueron Pontiano, obispo de Roma; Anteros, un griego, su sucesor, que ofendió al gobierno al recogerlas actas de los mártires. Pamaquio y Quirito, senadores romanos, junto con sus familias enteras, y muchos otros cristianos; Simplicio, también senador, Calepodio, un ministro cristiano, que fue echado al Tiber, Martina, una noble y hermosa doncella; e Hipólito, un prelado cristiano, que fue atado a un caballo indómito, y arrastrado hasta morir.
Durante esta persecución, suscitada por Maximino, muchísimos cristianos fueron ejecutados sin juicio, y enterrados indiscriminadamente a montones, a veces cincuenta o sesenta echados juntos en una fosa común, sin la más mínima decencia.
Al morir el tirano Maximino en el 238 d.C., le sucedió Gordiano, y durante su reinado, así como el de su sucesor, Felipe, la Iglesia estuvo libre de persecuciones durante más de diez años; pero en el 249 d.C. se desató una violenta persecución en Alejandría, por instigación de un sacerdote pagano, sin conocimiento del emperador.
La séptima persecución, bajo Decio, el 249 d.C.
Ésta estuvo ocasionada en parte por el aborrecimiento que tenía contra su predecesor Felipe, que era considerado cristiano, y tuvo lugar en parte por sus celos ante el asombroso avance del cristianismo; porque los templos paganos comenzaban a ser abandonados, y las iglesias cristianas estaban llenas.
Estas razones estimularon a Decio a intentar la extirpación del nombre mismo de cristiano; y fue cosa desafortunada para el Evangelio que varios errores se habían deslizado para este tiempo dentro de la Iglesia; los cristianos estaban divididos entre sí; los intereses propios dividían a aquellos a los que el amor social debía haber mantenido unidos; y la virulencia del orgullo dio lugar a una variedad de facciones.
Los paganos, en general, tenían la ambición de poner en acción los decretos imperiales en esta ocasión, y consideraban el asesinato de los cristianos como un mérito para sí mismos. En esta ocasión los mártires fueron innumerables; pero haremos relación de los principales.
Fabiano, obispo de Roma, fue la primera persona en posición eminente que sintió la severidad de esta persecución. El difunto emperador había puesto su tesoro al cuidado de este buen hombre, debido a su integridad. Pero Decio, al no hallar tanto como su avaricia le había hecho esperar, decidió vengarse del buen prelado. Fue entonces arrestado, y decapitado el 20 de enero del 250 d.C.
Julián, nativo de Cilicia, como nos informa San Crisóstomo, fue arrestado por ser cristiano. Fue metido en una bolsa de cuero, junto con varias serpientes y escorpiones, y echado así al mar.
Pedro, un joven muy atractivo tanto de físico como por sus cualidades intelectuales, fue decapitado por rehusar sacrificar a Venus. En el juicio declaró: "Estoy atónito de que sacrifiquéis a una mujer tan infame, cuyas abominaciones son registradas por vuestros mismos historiadores, y cuya vida consistió de unas acciones que vuestras mismas leyes castigarían. No, al verdadero Dios ofreceré yo el sacrificio aceptable de alabanzas y oraciones." Al oír esto Optimo, procónsul de Asia, ordenó al preso que fuera estirado en la rueda de tormento, rompiéndole todos los huesos, y luego fue enviado a ser decapitado.
A Nicomaco, hecho comparecer ante el procónsul como cristiano, le mandaron que sacrificara a los ídolos paganos. Nicomaco replicó: "No puedo dar a demonios la reverencia debida sólo al Todopoderoso." Esta manera de hablar enfureció de tal manera al procónsul que Nicomaco fue puesto en el potro. Después de soportar los tormentos durante un tiempo, se retractó; pero apenas si había dado tal prueba de debilidad que cayó en las mayores agonías, cayó al suelo, y expiró inmediatamente.
Denisa, una joven de sólo dieciséis años, que contempló este terrible juicio, exclamó de repente: "Oh infeliz, ¡para qué comprar un momento de alivio a costa de una eternidad de miseria!" Optimo, al oír esto, la llamó, y al reconocerse Denisa como cristiana, fue poco después decapitada, por orden suya.
Andrés y Pablo, dos compañeros de Nicomaco el mártir, sufrieron el martirio el 251 d.C. por lapidación, y murieron clamando a su bendito Redentor.
Alejandro y Epimaco, de Alejandría, fueron arrestados por ser cristianos; al confesar que efectivamente lo eran, fueron golpeados con estacas, desgarrados con garfios, y al final quemados con fuego; también se nos informa, en un fragmento preservado por Eusebio, que cuatro mujeres mártires sufrieron aquel mismo día, y en el mismo lugar, pero no de la misma manera, por cuanto fueron decapitadas.
Luciano y Marciano, dos malvados paganos, aunque hábiles magos, se convirtieron al cristianismo, y para expiar sus antiguos errores vivieron como eremitas, sustentándose sólo con pan y agua. Después de un tiempo en esta condición, devinieron celosos predicadores, e hicieron muchos convertidos. Sin embargo, rugiendo en este entonces la persecución, fueron arrestados y llevados ante Sabinio, el gobernador de Bitinia. Al preguntárseles en base de qué autoridad se dedicaban a predicar, Luciano contestó: "Que las leyes de la caridad y de la humanidad obligaban a todo hombre a buscar la conversión de sus semejantes, y a hacer todo lo que estuviera en su poder para liberarlos de las redes del diablo."
Habiendo respondido Luciano de esta manera, Marciano añadió que la conversión de ellos «había tenido lugar por la misma gracia que le había sido dada a San Pablo, que, de celoso perseguidor de la Iglesia, se convirtió en predicador del Evangelio».
Viendo el procónsul que no podía prevalecer sobre ellos para que renunciaran a su fe, los condenó a ser quemados vivos, sentencia que fue pronto ejecutada.
Trifón y Respicio, dos hombres eminentes, fueron aprehendidos como cristianos, y encarcelados en Niza. Sus pies fueron traspasados con clavos; fueron arrastrados por las calles, azotados, desgarrados con garfios de hierro, quemados con antorchas, y finalmente decapitados, el 1 de febrero del 251 d.C.
Agata, una dama siciliana, no era tan notable por sus dotes personales y adquiridas como por su piedad; tal era su hermosura que Quintiano, gobernador de Sicilia, se enamoró de ella, e hizo muchos intentos por vencer su castidad, pero sin éxito. A fin de gratificar sus pasiones con la mayor facilidad, puso a la virtuosa dama en manos de Afrodica, una mujer infame y licenciosa. Esta miserable trató, con sus artificios, de ganarla a la deseada prostitución, pero vio fallidos todos sus esfuerzos, porque la castidad de Agata era inexpugnable, y ella sabía muy bien que sólo la virtud podría procurar una verdadera dicha, Afrodica hizo saber a Quinti ano la inutilidad de sus esfuerzos, y éste, enfurecido al ver sus designios torcidos, cambió su concupiscencia en resentimiento. Al confesar ella que era cristiana, decidió satisfacerse con la venganza, al no poderlo hacer con su pasión. Siguiendo órdenes suyas, fue flagelada, quemada con hierros candentes, y desgarrada con aguzados garfios. Habiendo soportado estas torturas con una admirable fortaleza, fue luego puesta desnuda sobre ascuas mezcladas con vidrio, y luego devuelta a la cárcel, donde expiró el 5 de febrero del 251.
Cirilo, obispo de Gortyna, fue arrestado por órdenes de Lucio, gobernador de aquel lugar, que sin embargo le exhortó a obedecer la orden imperial, a hacer los sacrificios, y salvar su venerable persona de la destrucción; porque ahora tenía ochenta y cuatro años. El buen prelado le contestó que como había enseñado a otros durante mucho tiempo que salvaran sus almas, ahora sólo podía pensar en su propia salvación. El digno prelado escuchó su sentencia, dada con furor, sin la menor emoción, anduvo animosamente hasta el lugar de la ejecución, y sufrió su martirio con gran entereza.
En ningún lugar se manifestó esta persecución con tanta saña como en la isla de Creta, porque el gobernador, sumamente activo en la ejecución de los edictos imperiales, hizo correr a ríos la sangre de los piadosos.
Babylas, un cristiano con educación académica, llegó a ser obispo de Antioquia el 237 d.C., después de Zebino. Actuó con un celo sin parangón, y gobernó la Iglesia con una prudencia admirable durante los tiempos más tormentosos.
La primera desgracia que tuvo lugar en Antioquia durante su misión fue su asedio por Sapor, rey de Persia, que, habiendo invadido toda la Siria, tomó y saqueó esta ciudad entre otras, y trató a los moradores cristianos de la ciudad con mayor dureza que a los otros; pero pronto fue derrotado totalmente por Gordiano.
Después de la muerte de Gordiano, en el reinado de Decio, este emperador vino a Antioquía, y allí, expresando su deseo de visitar una asamblea de cristianos; pero Babylas se le opuso, y se negó absolutamente a que entrara. El emperador disimuló su ira en aquel tiempo, pero pronto envió a buscar al obispo, reprendiéndole duramente por su insolencia, y luego le ordenó que sacrificara a las deidades paganas como expiación por su ofensa. Al rehusar, fue echado en la cárcel, cargado de cadenas, tratado con la mayor severidad, y luego decapitado, junto con tres jóvenes que habían sido sus alumnos. Esto sucedió el 251 d.C.
Alejandro, obispo de Jerusalén, fue encarcelado por su religión por este mismo tiempo, y allí murió debido a la dureza de su encierro.
Juliano, un anciano y cojo debido a la gota, y Cronión, otro cristiano, fueron atados a las jorobas de unos camellos, flagelados cruelmente, y luego echados a un fuego y consumidos. También cuarenta doncellas fueron quemadas en Antioquia, después de haber sido encarceladas y flageladas.
En el año 251 de nuestro Señor, el emperador Decio, después de haber erigido un templo pagano en Éfeso, ordenó que todos los habitantes de la ciudad sacrificaran a los ídolos. Esta orden fue noblemente rechazada por siete de sus propios soldados, esto es, Maximiano, Marciano, Joanes, Malco, Dionisio, Seraión y Constantino. El emperador, queriendo ganar a estos soldados a que renunciaran a su fe mediante sus exhortaciones y lenidad, les dio un tiempo considerable de respiro hasta volver de una expedición. Durante la ausencia del emperador, estos huyeron y se ocultaron en una cueva; al saber esto el emperador a su vuelta, la boca de la cueva fue cegada, y todos murieron de hambre.
Teodora, una hermosa y joven dama de Antioquia rehusó sacrificar a los ídolos de Roma, y fue condenada al burdel, para que su virtud fuera sacrificada a la brutalidad de la concupiscencia. Dídimo, un cristiano, se disfrazó con un uniforme de soldado romano, fue al burdel, informó a Teodora de quién era, y la aconsejó a que huyera disfrazada con sus ropas. Hecho esto, y al encontrarse un hombre en el burdel en lugar de una hermosa dama, Didimo fue llevado ante el gobernador, a quien le confesó la verdad; al reconocerse cristiano, de inmediato fue pronunciada contra él la sentencia de muerte. Teodora, al oír que su liberador iba a sufrir, acudió ante el juez, y rogó que la sentencia recayera sobre ella como la persona culpable; pero sordo a los clamores de los inocentes, e insensible a las demandas de la justicia, el implacable juez condenó a ambos; y fueron ejecutados, primero decapitados, y luego sus cuerpos quemados.
Secundiano, acusado de ser cristiano, estaba siendo llevado a la cárcel por varios soldados. Por el camino, Veriano y Marcelino les dijeron: "¿A dónde lleváis a un inocente?" Esta pregunta llevó al arresto de ellos, y los tres, tras haber sido torturados, fueron colgados y decapitados.
Orígenes, el célebre presbítero y catequista de Alejandría, fue arrestado cuando tenía sesenta y cuatro años, y fue arrojado en una inmunda mazmorra, cargado de cadenas, con los pies en el cepo, y sus piernas extendidas al máximo durante varios días seguidos. Fue amenazado con fuego, y torturado con todos los medios prolijos que pudieran inventar las mentes más infernales. Durante este cruel y prolongado tormento murió el emperador Decio, y Gallo, que le sucedió, se enzarzó en una guerra contra los godos, con lo que los cristianos tuvieron un respiro. Durante este intervalo, Orígenes obtuvo la libertad, y, retirándose a Tiro, se quedó allá hasta su muerte, que le sobrevino a los sesenta y nueve años de edad.
Habiendo Gallo concluido sus guerras, se desató una plaga en el imperio; el emperador ordenó entonces sacrificios a las deidades paganas, y se desencadenaron persecuciones desde el corazón del imperio, extendiéndose hasta las provincias más apartadas, y muchos cayeron mártires de la impetuosidad del populacho, así como del prejuicio de los magistrados. Entre estos mártires estuvieron Comelio, obispo cristiano de Roma, y su sucesor Lucio, en el 253.
La mayoría de los errores que se introdujeron en la Iglesia en esta época surgieron por poner la razón humana en competición con la revelación; pero al demostrar los teólogos más capaces la falacia de tales argumentos, las opiniones que se habían suscitado se desvanecieron como las estrellas delante del sol.
La octava persecución, bajo Valeriano, 257 d.C.
Ésta comenzó bajo Valeriano, en el mes de abril del 257 d.C., y continuó durante tres años y seis meses. Los mártires que cayeron en esta persecución fueron innumerables, y sus torturas y muertes igual de variadas y penosas. Los más eminentes entre los mártires fueron los siguientes, aunque no se respetaron ni rango, ni sexo ni edad.
Rufina y Secunda eran dos hermosas y cumplidas damas, hijas de Asterio, un caballero eminente en Roma. Rufina, la mayor, estaba prometida en matrimonio a Armentario, un joven noble; Secunda, la menor, a Verino, persona de alcurnia y opulencia. Los pretendientes, al comenzar la persecución, eran ambos cristianos; pero cuando surgió el peligro, renunciaron a su fe para salvar sus fortunas. Se esforzaron entonces mucho en persuadir a las damas a que hicieran lo mismo, pero, frustrados en sus Propósitos, fueron tan abyectos como para informar en contra de ellas, que, arrestadas como cristianas, fueron hechas comparecer ante Junio Donato, gobernador de Roma, donde, en el 257 d.C., sellaron su martirio con su sangre.
Esteban, obispo de Roma, fue decapitado aquel mismo año, y por aquel tiempo Saturnino, el piadoso obispo ortodoxo de Toulouse, que rehusó sacrificar a los ídolos, fue tratado con todas las más bárbaras indignidades imaginables, y atado por los pies a la cola de un toro. Al darse una señal, el enfurecido animal fue conducido escaleras abajo por las escalinatas del templo, con lo que el fue destrozado el cráneo del digno mártir hasta salírsele los sesos.
Sixto sucedió a Esteban como obispo de Roma. Se supone que era griego de nacimiento u origen, y había servido durante un tiempo como diácono bajo Esteban. Su gran fidelidad, singular sabiduría y valor no común lo distinguieron en muchas ocasiones; y la feliz conclusión de una controversia con algunos herejes es generalmente adscrita a su piedad y prudencia. En el año 258, Marciano, que dirigía los asuntos del gobierno en Roma, consiguió una orden del emperador Valeriano para dar muerte a todo el clero cristiano de Roma, y por ello el obispo, con seis de sus diáconos, sufrió el martirio en el 258.
Acerquémonos al fuego del martirizado Lorenzo, para que nuestros fríos corazones sean por él hechos arder. El implacable tirano, sabiendo que no sólo era ministro de los sacramentos, sino también distribuidor de las riquezas de la Iglesia, se prometía una doble presa con el arresto de una sola persona. Primero, con el rastrillo de la avaricia, conseguir para sí mismo el tesoro de cristianos pobres; luego, con el feroz bieldo de la tiranía, para agitarlos y perturbarlos, agotarlos en su profesión. Con un rostro feroz y cruel semblante, el codicioso lobo exigió saber dónde Lorenzo había repartido las riquezas de la Iglesia; éste, pidiendo tres días de tiempo, prometió declarar dónde podría conseguir el tesoro. Mientras tanto, hizo congregar una gran cantidad de cristianos pobres. Así, cuando llegó el día en que debía dar su respuesta, el perseguidor le ordenó que se mantuviera fiel a su promesa. Entonces, el valiente Lorenzo, extendiendo sus brazos hacia los pobres, dijo: «Estos son el precioso tesoro de la Iglesia; estos son verdaderamente el tesoro, aquellos en los que reina la fe de Cristo, en los que Jesucristo tiene su morada. ¿Qué joyas más preciosas puede tener Cristo, que aquellos en quienes ha prometido morar? Porque así está escrito: "Tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber, fui forastero, y me recogisteis." Y también: "Por cuanto lo hicisteis a uno de estos más pequeños de mis hermanos, a mí me lo hicisteis." "¿Qué mayores riquezas puede poseer Cristo nuestro Maestro que el pueblo pobre en quien quiere ser visto?"
¡Ah!, ¿qué lengua puede expresar el furor y la rabia del corazón del tirano! Ahora pateaba, echaba furiosas miradas, gesticulaba amenazante, se comportaba como enajenado: sus ojos echaban fuego, la boca espumajeaba como la de un jabalí, y mostraba los dientes como un infernal mastín. No se le podía llamar ahora un hombre racional, sino más bien un león rugiente y rampante.
"Encended el fuego (chilló él) y no ahorréis leña. ¿Ha engañado este villano al emperador? Fuera con él, fuera con él: azotadle con látigos, sacudidlo con varas, golpeadle con los puños, descerebradlo con garrotes. ¿Se burla este traidor del emperador? Pellizcadlo con tenazas ardientes, ceñidlo con placas candentes, sacad las cadenas más fuertes, y los tridentes, y la parrilla de hierro; al fuego con él; atad al rebelde de manos y pies; y cuando la parrilla esté al rojo vivo, echadlo en ella; asadlo, movedlo, agitadlo: bajo pena de nuestro mayor desagrado, que cada uno de vosotros, verdugos, cumpla su misión"
Tan pronto fueron dichas estas palabras que se cumplieron. Después de crueles tormentos, este manso cordero fue puesto, no diré que sobre su cama candente de hierro, sino sobre su suave colchón de plumas. De tal manera Dios obró con este mártir Lorenzo, de manera tan milagrosa Dios templó Su elemento fuego, que devino no una cama de dolor consumidor, sino un lecho de reposo reparador.
En África, la persecución rugió con una violencia peculiar; muchos miles recibieron la corona del martirio, entre los cuales se pueden mencionar las personalidades más distinguidas:
Cipriano, obispo de Cartago, un eminente prelado y adorno de la Iglesia. El resplandor de su genio iba templado por la solidez de su juicio; y con todas las virtudes del caballero combinaba las virtudes de un cristiano. Sus doctrinas eran ortodoxas y puras; su lenguaje, fácil y elegante; y sus maneras gentiles y atrayentes; en resumen, era a la vez un predicador piadoso y cortés. En su juventud había sido educado en los principios de los gentiles, y poseyendo una fortuna considerable, había vivido en toda la extravagancia del esplendor y en toda la dignidad del boato.
Alrededor del año 246, Cecilio, ministro cristiano de Cartago, devino el feliz instrumento de su conversión, por lo cual, y por el gran afecto que siempre sintió para con el autor de su conversión, fue llamado Cecilio Cipriano. Antes de su bautismo estudió cuidadosamente las Escrituras, e impactado por las bellezas de las verdades que contenían, decidió practicar las virtudes que en ellas se recomendaban. Después de su bautismo, vendió sus posesiones, distribuyó su dinero entre los pobres, se vistió -de manera llana, y comenzó una vida de austeridad. Pronto fue nombrado presbítero, y, sumamente admirado por sus virtudes y obras, fue, a la muerte de Donato en el 248 d.C., elegido casi unánimemente obispo de Cartago.
Los cuidados de Cipriano no se extendían sólo a Cartago, sino a Numidia y Mauritanía. En todas sus transacciones tuvo siempre gran atención a pedir el consejo de su clero, sabiendo que sólo la unanimidad podría ser de servicio a la iglesia, siendo ésta su máxima: "Que el obispo estaba en la iglesia, y la iglesia en el obispo, de manera que la unidad sólo puede ser preservada mediante un estrecho vínculo entre el pastor y su grey."
En el 250 d.C. Cipriano fue públicamente proscrito por el emperador Decio, bajo el nombre de Cecilio Cipriano, obispo de los cristianos; y el clamor universal de los paganos fue: "Cipiiano a los leones; Cipriano a las fieras." Sin embargo, el obispo se apartó del furor del populacho, y sus posesiones fueron de inmediato confiscadas. Durante su retiro, escribió treinta piadosas y elegantes epístolas a su grey; pero varios cismas que tuvieron entonces lugar en la Iglesia le provocaron gran ansiedad. Al disminuir el rigor de la persecución, volvió a Cartago, e hizo todo lo que estaba en su mano para deshacer las opiniones erróneas. Al desatarse sobre Cartago una terrible peste, fue, como era costumbre, achacada a los cristianos; y los magistrados comenzaron entonces una persecución, lo que ocasionó una epístola de ellos a Cipriano, en respuesta a la cual él vindicó la causa del cristianismo. En el 257 d.C. Cipriano fue hecho comparecer ante el procónsul Aspasio Patumo, que lo desterró a una pequeña ciudad en el mar de Libia. Al morir este procónsul, volvió a Cartago, pero fue pronto arrestado, y llevado ante el nuevo gobernador, que lo condenó a ser decapitado; esta sentencia fue ejecutada el catorce de septiembre del 258 d.C.
Los discípulos de Cipriano, martirizado en esta persecución, fueron Lucio, Flaviano, Victórico, Remo, Montano, Julián, Primelo y Donaciano.
En Utica tuvo lugar una tragedia terrible: trescientos cristianos fueron traídos, por orden del gobernador, y puestos alrededor de un horno de cocción de cerámica. Habiendo preparado unas ascuas e incienso, se les ordenó que o bien sacrificaran a Júpiter, o serían arrojados al horno. Rehusando todos unánimes, saltaron valientemente al hoyo, y fueron de inmediato asfixiados.
Fructuoso, obispo de Tarragona, en España, y sus dos diáconos, Augurio y Eulogio, fueron quemados por cristianos.
Alejandro, Malco y Prisco, tres cristianos de Palestina, y una mujer del mismo lugar, se acusaron voluntariamente de ser cristianos, por lo que fueron sentenciados a ser devorados por tigres, sentencia que fue ejecutada.
Máxima, Donatila y Secunda, tres doncellas de Tuburga, recibieron como bebida hiel y vinagre, fueron duramente flageladas, atormentadas sobre un patíbulo, frotadas con cal, asadas sobre unas parrillas, maltratadas por fieras, y finalmente decapitadas.
Es aquí oportuno observar la singular pero mísera suerte del emperador Valeriano, que durante tanto tiempo y tan duramente persiguió a los cristianos. Este tirano fue hecho prisionero, mediante una estratagema, por Sapor, emperador de Persia, que lo llevó a su propio país, tratándolo allí con la más inusitada indignidad, haciéndole arrodillarse como el más humilde esclavo, y poniendo sobre él los pies a modo de banqueta cuando montaba en su caballo. Después de haberlo tenido durante siete años en este abyecto estado de esclavitud, hizo que le sacaran los ojos, aunque tenía entonces ochenta y tres años. No saciando con ello sus deseos de venganza, pronto ordenó que lo despellejaran vivo y que le frotaran sal en la carne viva, muriendo bajo tales torturas. Así cayó uno de los más tiránicos emperadores de Roma, y uno de los más grandes perseguidores de los cristianos.
En el 260 d.C. sucedió Gallieno, hijo de Valeriano, y durante su reinado (aparte de unos pocos mártires) la Iglesia gozó de paz durante algunos años.
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