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La Oración.

Nuestro Señor aborda el tema de la oración, y lo presenta bajo el mismo aspecto:

«...Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en pie en las sinagogas y en los cantones de las plazas, para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa.» (Mateo. 6, 6)

A sus ojos el valor de la oración, como el de una limosna (ayuda voluntaria), depende ante todo de su espontaneidad. 

No se ora en cumplimiento de órdenes, porque sea la hora; se ora porque se ama, para encontrar a Dios, que es Amor.

El cristiano no ora sólo para llamar a Dios en su socorro, sino que, ante todo, tiene necesidad de expresar a Dios su alabanza, su admiración, su reconocimiento, de actualizar su orgullo y su alegría, de estarle unido. 

Querrá así orar con la mayor frecuencia posible, en medio de sus ocupaciones. 

Nuestro trabajo puede ser un modo de glorificar a Dios, si se lo ofrecemos de una manera explícita. 

Sin embargo, la oración, para merecer este nombre, supone un breve alto, os acercáis a Dios, y Él se acerca a vosotros. 

Y de hecho los cristianos que piensan a menudo en Dios durante la jornada son los que consagran cada día algún tiempo a la oración propiamente dicha.

Podríamos hacer una comparación: el equivalente para el alma de lo que las comidas son para el cuerpo son los momentos consagrados y exclusivamente a la oración.

«Tú cuando ores...» 

Jesús nos deja total libertad en lo que se refiere a la cantidad, la duración y el horario de nuestras oraciones, con tal que oremos cada día.

No habré de orar «porque sea la hora», pero como la oración es para mí tanto un deber como una necesidad, le reservaré libremente en mi jornada determinados momentos.

Encontramos a Dios en el secreto de la oración,

I. Para adorarlo, darle gracias e implorar su perdón. 

Pero al mismo tiempo que nosotros nos abrimos a Él, Dios se revela a nosotros; responde a nuestras invocaciones y nos pide que acojamos las suyas. 

II. La oración nos hace entrar así en su pensamiento y nos permite exponerle filialmente nuestras necesidades. 

Y cabe señalar que nuestra oración ha de ser confiada, sabiendo que nuestro Padre conoce todas nuestra necesidades y que vendrá en nuestra ayuda.

«Qué padre entre vosotros , decía Jesús, si el hijo le pide un pan le dará una piedra?

¿O si le pide un pez le dará en vez de un pez una serpiente?. 

Si vosotros, pues siendo malos, sabéis dar cosa buenas a vuestros hijos, 

¿cúanto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden» (Lc. 11, 11-13)



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