"Durante
el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su
pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno
su resurrección.
Es el día
del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro.Callan las campanas
y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para
profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y
vacío.
La Cruz
sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un
laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el
mal de la humanidad.
Es el día
de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de
esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la
Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué me
has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro.Descansa:
"consummatum est", "todo se ha cumplido".
Pero este
silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El anonadamiento, es
elocuente. "Fulget crucis mysterium": "resplandece el misterio
de la Cruz."
El Sábado
es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no
viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento:
"nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús.
Es un día
de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro
de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron
mudos, atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto a
él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque
veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13).
Eso sí, no
es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del
Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al
lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y
junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.
El Sábado
está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la
resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con
personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo
y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado,
resucitado:
"...se
despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse
incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de
separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el
momento en que Él expiró en la cruz y el momento en que resucitó. Este estado
de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es
el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta
el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los
hombres, que establece en la paz al universo entero".
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