Parece que el tiempo corre cada vez más de prisa. Navidad, Carnaval, Cuaresma, Semana Santa se suceden y hasta se solapan. Vivimos en un mundo que nos contagia de sus prisas y en el que tenemos el peligro de cegarnos con tantos estímulos atrayentes.
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Nos puede pasar como al ciego de Betsaida, que, en un primer intento de curación, le respondió a Jesús: “Veo hombres, algo así como árboles que se mueven” (Marcos 8:24).
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Hoy sabemos que algo se mueve a nuestro alrededor, pero apenas le ponemos rostro.
Vivimos en un bosque de máscaras, que caminan y danzan grotescamente a un mismo compás y otros tropiezan con nuestros intereses..
Unos gritan, otros molestan; pero no son más que árboles, no son más que "máscaras".
No hemos descubierto que son seres humanos que están junto a nosotros sin rostro, sin vida, sin personalidad.
Las prisas del egoísmo nos han enseñado a distinguirlos por el modo de vestir, por su corbata, por el espiral del humo de sus cigarrillos, por su clase social.
La experiencia del ser desconfiado le enseña a clasificarlos, a ponerles un número a cada uno, y así resulta más fácil.
Pero, si yo no paso por la experiencia del “Gólgota” no sabré nada de ellos, ni siquiera los años que tienen en realidad..
Es muy difícil conocer con exactitud la vida de los árboles. Su corteza nos da cierta idea. Y con las personas nos pasa lo mismo si no pasamos de la muerte a la vida, de la muerte a la Resurrección.
Hermanos y Hermanas del “Gólgota”, permítanme compartir con ustedes mis sentimientos.
Necesitamos un nuevo impulso en estos días de reflexión.
Necesitamos un segundo milagro de Jesús como hizo con el ciego.
“El Cristo” abrirá los ojos para pasar de la corteza a lo interior.
Veremos a las personas en profundidad, con sus alegrías y con su sufrimiento existencial.
Podremos ver a amigos, a conocidos, a los que diariamente se cruzan en el camino como realmente son, como personas sencillas, empequeñecidas por los problemas, con necesidad de ser comprendidas, con deseos de superación, con necesidad de ser amadas y de amar, con sus cualidades y sus limitaciones.
A veces luchamos por la justicia, queremos cambiar todo en este mundo, pero la experiencia nos dice que no podemos cambiar a nuestros semejantes con discursos ni argumentos.
Sólo ellos pueden transformase a sí mismos.
La Historia nos demuestra que se malgastaron siglos para intentar cambiar a los otros con violencia, pero no obtuvieron resultado. Este ha sido el error de la historia.
Sólo si el hombre cambia desde su interior, cambiarán los demás.
Hemos de pasar constantemente del Gólgota a la Vida y abrazar a los seres humanos y a las cosas, sin quererlos dominar.
Vivir quiere decir agradecer a la luz y el amor, el calor y la ternura que, de forma sencilla, envuelven a los seres humanos y a las cosas.
Vivir es vivir y compartir con nuestros semejantes.
Vivir como seres humanos sencillos, es ser feliz.
La felicidad está cerca; es hacer las cosas sencillas con amor extraordinario.
El amor es la llave que tenemos para abrir las puertas del Paraíso.
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