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¨Nuevo Testamento¨, Estudio Biblico


El Nuevo Testamento

(1) Está compuesto por veintisiete escritos redactados en griego durante los primeros tiempos de la iglesia cristiana, es decir, durante el periodo correspondiente, en líneas generales, a la segunda mitad del siglo I d.C. 

Estos escritos, de dimensiones y formas literarias muy diferentes, han sido considerados desde su origen como obras de autoridad religiosa superior a la de cualquier otro libro. 

De manera más o menos directa, nos hablan de Jesucristo, de su obra redentora y de las consecuencias de la misma en los seres humanos. Sin embargo, las formas concretas de exponer estos temas son muy variadas.

(2) Al llamar a estos escritos “Nuevo Testamento”, se hace referencia al “pacto” o “alianza” establecido por Dios con la humanidad.

(3) Este uso tiene su origen en la convicción, expresada ya en textos como Lc 22.20; 2 Co 3.6 y Heb 9.15, de que por medio de Jesús, y especialmente con su muerte, se había establecido ese nuevo pacto que Dios había anunciado antigüamente (cf. Jer 31.31), y que sustituía al antiguo (cf. 2 Co 3.14; Heb 8.13).

(4) Los primeros cristianos, como los demás judíos, utilizaban los escritos sagrados del pueblo de Israel (lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento), que designaban con el nombre genérico de “las Escrituras” (cf. 1 Co 15.3), a veces con la expresión más específica de “la ley de Moisés, los escritos de los profetas y los salmos” (cf. Lc 24.44), o más brevemente como “la ley y los profetas” (cf. Mt 5.17), y aun simplemente “la ley” (cf. Jn 10.34). Los términos Antiguo y Nuevo Testamento solo empezaron a usarse a fines del siglo II d.C. para designar los libros de la Biblia.

Partes del Nuevo Testamento

(5) El NT, como ya se ha indicado, es una colección de diferentes escritos. En las Biblias actuales están agrupados según algunos aspectos comunes.

(6) En primer lugar se encuentran los cuatro evangelios (según Mateo, Marcos, Lucas y Juan). Todos ellos narran los principales acontecimientos de la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús, interpretados desde la situación peculiar de cada autor y de su respectiva comunidad.

(7) Después se encuentra el libro de los Hechos de los Apóstoles, que es continuación del Evangelio según Lucas y se refiere a la difusión del mensaje cristiano durante los primeros años de vida de la iglesia.

(8) En seguida viene el grupo de las cartas, veintiuna en total. En primer lugar están las trece de Pablo; después siguen: una carta sin mención de autor (a los Hebreos), una carta de Santiago, dos de Pedro, tres de Juan y una de Judas. Estas cartas, en su mayoría, están dirigidas a determinadas comunidades o personas; otras tienen un carácter más general.

(9) Finalmente está el libro del Apocalipsis, que en cierta manera se presenta también como una carta.

(10) Debe tenerse en cuenta que esta colocación no corresponde al orden en que los libros fueron redactados, y que algunos manuscritos antiguos los ordenan de otro modo.

(11) Los escritos del NT no formaron desde el principio una unidad literaria. Seguramente fue hacia finales del siglo I cuando empezaron a reunirse (cf. 2 P 3.15-16) hasta componer una sola colección (siglo II) y constituir, junto con el AT, las Escrituras de la iglesia, la Biblia, es decir, “los libros” por excelencia.

(12) Debe observarse, sin embargo, que la reunión material de todos estos escritos en un único libro, solo se hizo más tarde. Los ejemplares más antiguos de Biblias completas que se conocen son los códices Vaticano y Sinaítico (del siglo IV).

(13) La fijación exacta del número de libros del NT que se recibían con autoridad indiscutida (el llamado “canon”), fue un proceso que duró bastante tiempo, sobre todo cuando empezaron a aparecer numerosas obras que no representaban las enseñanzas auténticas de la iglesia (la llamada “literatura apócrifa”). Sobre algunos escritos, especialmente cartas y el Apocalipsis, las discusiones se prolongaron por mucho tiempo; pero puede afirmarse que en el siglo IV ya se fue haciendo general la lista o canon de los libros del NT que se encuentran en las Biblias cristianas.

(14) Para entender mejor los escritos del NT, es necesario tener presente que nacieron en un ambiente histórico concreto y que hacen referencia a acontecimientos que sucedieron en una situación histórica determinada. Se indicarán aquí algunos de los aspectos más importantes.

El medio histórico y cultural

(15) Los escritos del NT fueron redactados en un medio histórico y cultural concreto. La indicación que se lee en Jn 19.19-20, según la cual el letrero colocado sobre la cruz de Jesús “estaba escrito en hebreo, latín y griego”, refleja de manera sintética los tres grandes componentes del mundo histórico y cultural en que nació el NT.




(16) A. El elemento judío. Lo primero que es necesario tener presente para entender el medio ambiente del NT es el aspecto judío. Jesús perteneció al pueblo judío. Él y sus discípulos hablaban arameo. Su historia se desarrolló principalmente en Galilea y en Judea. Su muerte tuvo lugar en Jerusalén. Los apóstoles pertenecieron a ese mismo pueblo, al igual que una buena parte de los personajes que aparecen en los evangelios y otros libros del NT. Ha de tenerse en cuenta, de manera especial, que gran parte de los autores de los escritos del NT fueron judíos.

(17) La situación del pueblo judío que vivía en Palestina en tiempos de Jesús y de la primera comunidad cristiana, se comprende mejor si nos fijamos en los aspectos religioso, social y literario.

(18) 1. El aspecto religioso es lo que más une a la iglesia cristiana con el pueblo de Israel. La fe cristiana tiene su punto de partida en las creencias y las esperanzas de ese pueblo. Las Escrituras de Israel, donde habían quedado consignadas su experiencia religiosa, su fe y sus esperanzas, continuaron siendo las Escrituras de la Iglesia. En un primer momento, solo ellas; más tarde se complementaron con los escritos del NT. Además, muchas de las tradiciones religiosas del pueblo judío o de algunos de sus sectores más influyentes quedaron incorporadas a la fe del NT (cf. Mt 22.23-33; Hch 23.6-8; 1 Co 15.12-58).

(19) 2. En segundo lugar, hay que tener en cuenta la situación social. En la sociedad israelita del tiempo de Jesús había diversas clases, que pueden caracterizarse brevemente así:

(20) Una clase alta, formada sobre todo por las familias de los jefes políticos y religiosos, los grandes comerciantes, los terratenientes y los cobradores de impuestos.

(21) Una clase media, compuesta de pequeños comerciantes y artesanos, con trabajo estable. Gran parte de los sacerdotes y maestros de la ley pertenecían a esta clase.

(22) La clase pobre, la más numerosa, estaba formada por los jornaleros que vivían del trabajo que podían encontrar cada día (cf. Mt 20.1-16). Muchos, que por alguna razón no podían trabajar, tenían que vivir de la limosna (cf. Mc 10.46).

(23) Jurídicamente, el lugar más bajo lo ocupaban los esclavos, aunque su situación real dependía en gran medida de la posición y carácter de sus amos. Los esclavos israelitas, en principio, podían recuperar su libertad en el año sabático (que ocurría cada siete años). Los esclavos no israelitas no tenían este derecho.

(24) Las principales profesiones ejercidas eran la agricultura, la ganadería, la pesca (en la región del lago de Galilea), trabajos artesanales (alfarería, zapatería, carpintería, albañilería, etc.) y el comercio. El culto del templo, por otra parte, daba ocupación a un gran número de sacerdotes y levitas.
(25) Algunos calculan que la población total de Palestina en tiempo de Jesús podía llegar a un millón de personas.

(26) El pueblo judío de esa época no formaba un bloque homogéneo en los aspectos religioso y político, aspectos que estaban estrechamente relacionados. El NT y otras fuentes históricas mencionan varios de estos grupos.

(27) a) Los fariseos, con intereses especialmente religiosos, eran los defensores de la estricta observancia de la ley de Moisés y de las tradiciones (cf. Flp 3.5-6). Tenían gran influjo en el pueblo, y después de la destrucción del templo fue la tendencia que predominó en el judaísmo.

(28) b) Los saduceos formaban un grupo menor en número, pero con poder político. A ellos pertenecían, sobre todo, miembros de las familias sacerdotales. En el NT se caracterizan más que nada por su rechazo de la doctrina de la resurrección y por la negación de la existencia de ángeles y espíritus (cf. Mt 22.23-33; Hch 23.6-8).

(29) c) Otros grupos menores eran los partidarios de Herodes (cf. Mt 22.16), los esenios, no mencionados en el NT pero conocidos por otras fuentes, y los celotes, que fueron los principales instigadores de la rebelión contra Roma en el año 66.
(30) d) Los maestros de la ley (llamados también escribas, letrados o rabinos) eran los que habían asumido el oficio de la instrucción religiosa del pueblo, centrada en la explicación de las Escrituras y en la transmisión de las tradiciones. Pertenecían a diversas tendencias y eran predominantemente laicos. Su enseñanza la impartían bien en el templo (cf. Lc 2.46) o, más frecuentemente, en las sinagogas (cf. Hch 15.21). La llamada “literatura rabínica”, que se escribió después del NT, conserva el conjunto de sus enseñanzas y explicaciones.
(31) 3. La literatura cristiana, y en concreto el NT, tiene sus raíces en las tradiciones literarias del AT y del judaísmo contemporáneo. Los evangelios, a pesar de estar escritos en griego, se asemejan más a los libros narrativos del AT que a las obras de los historiadores griegos. La manera en que Pablo argumenta en sus cartas no tiene sus paralelos más cercanos en los filósofos griegos, sino en los escritos del judaísmo. El Apocalipsis pertenece a un género literario que se encuentra en escritores del AT o del judaísmo tardío. Muchas de las tradiciones que quedaron consignadas en el NT se transmitieron primero, de forma oral, en arameo. Algunas palabras o frases arameas han quedado conservadas en el NT ( abbá, marana ta, etc.).
(32) Con todo esto, sin embargo, no se quiere negar o quitar importancia a los elementos nuevos y originales que tiene el NT. Aunque la iglesia cristiana era en sus comienzos una parte del pueblo judío (cf. Hch 2.46), poco a poco fue distinguiéndose de este, hasta su completa separación. La decisión de que no era necesaria la incorporación al pueblo judío para participar de los beneficios de la obra salvadora de Jesucristo (cf. Hch 15.1-35), así como el número cada vez mayor de personas no judías que abrazaban el evangelio (cf. Ro 11.11-12), contribuyeron a esta separación definitiva entre la iglesia y el judaísmo.

(33) De todas maneras, la fe en Jesús, el Hijo de Dios, solo existe porque en su vida, en su muerte, en su resurrección y en su presencia y actuación subsiguientes se ha llevado a cabo un acontecimiento esencialmente nuevo. Es como una nueva creación (cf. Mc 1.27; 2.21-22; Jn 13.34; Gl 6.15; Ef 2.15). Esta novedad se reflejó también, de alguna manera, en nuevas formas de transmitir el mensaje, sin precedentes exactamente iguales, como fueron los evangelios, o en la renovación y transformación de géneros literarios tradicionales, como las cartas.

(34) B. El elemento griego. Con las conquistas militares de Alejandro Magno (año 332 a.C.), se inició una gran difusión de la cultura griega por toda la región occidental de Asia, el norte de África y el sur de Europa, sin excluir a la misma Roma. En el siglo I d.C., la lengua griega se había convertido en el medio de comunicación entre las personas cultas de los países costeros del mar Mediterráneo, y aun llegó a ser la lengua popular en muchos de ellos.

(35) Uno de los fenómenos más importantes en la historia del pueblo judío en esa época fue la existencia de numerosos grupos que vivían fuera de Palestina, a los que se daba el nombre de judíos de la “diáspora” (o dispersión). Ellos, aunque seguían fieles a sus tradiciones religiosas, habían adoptado el griego como lengua propia. En la diáspora judía de Alejandría (Egipto) se tradujeron al griego las Escrituras del pueblo de Israel. La principal de estas traducciones lleva el nombre de “traducción de los Setenta” (o Septuaginta [=LXX]), y se convirtió en el texto común de los cristianos de habla griega. Se desarrolló, además, una importante literatura judeo-helenística.

(36) En la misma Jerusalén se formó un grupo de cristianos de origen judío, pero de habla griega (cf. Hch 6.1), que indudablemente contribuyó en gran medida a la difusión del evangelio entre los judíos de la diáspora y aun entre los paganos (cf. Hch 11.19-20). El representante más notable de aquellos judíos de fuera de Palestina convertidos al cristianismo, fue Pablo de Tarso. Su actividad misionera se extendió por gran parte del Asia Menor, y sus cartas constituyen una sección muy importante en el NT.

(37) Por esa razón, no es extraño que los escritos del NT estén todos en lengua griega. Aunque algunas tradiciones anteriores pudieron haberse formado originalmente en arameo (también se ha pensado en la posibilidad del hebreo propiamente dicho), la redacción final del NT se hizo en lengua griega, y en esa lengua se ha conservado.

(38) C. El elemento romano. Ya a principios del siglo II a.C. el poder militar de Roma se había impuesto en toda el área del Mediterráneo, y a partir del año 63 a.C. Palestina quedó bajo el influjo militar y político de Roma.

(39) En un primer periodo, los gobernantes judíos conservaron el título de reyes, aunque estaban sometidos al poder romano. El más notable de ellos fue Herodes, llamado el Grande, quien reinó en Palestina durante los años 37 a.C. a 4 d.C. y bajo cuyo gobierno nació Jesús (cf. Mt 2.1-20; Lc 1.5). A la muerte de Herodes, el reino se dividió entre tres de sus hijos: Arquelao, que gobernó en Judea y Samaria hasta el año 6 d.C.; Herodes Antipas, que lo hizo en Galilea y Perea hasta el año 39 d.C.; y Filipo, en las regiones al nordeste del Jordán, hasta el año 34 d.C. (cf. Mt 2.22; Lc 3.1).

(40) En el año 6 d.C., Arquelao fue depuesto por el emperador Augusto, y Judea y Samaria pasaron a ser gobernadas directamente por autoridades romanas (con el nombre oficial de “prefectos” y, más tarde, de “procuradores”). El más conocido de estos gobernadores (prefectos) romanos de Judea fue Poncio Pilato (26-36 d.C.), quien condenó a muerte a Jesús (cf. Mt 27.1-26).
(41) En el año 37, el rey Herodes Agripa sucedió a Filipo en el gobierno de su región; y en el año 40, a Herodes Antipas en Galilea y Perea. El año 41 obtuvo también el gobierno de Judea, reconstituyendo así un reino semejante al de su abuelo Herodes el Grande (cf. Hch 12.1-19). Pero murió en el 44 (cf. Hch 12.19-23), y todo el territorio de Palestina quedó bajo el gobierno de un procurador romano, situación que persistió hasta el año 66 (cf. Hch 23.24; 24.27).

(42) El creciente descontento del pueblo judío y sus deseos de independencia provocaron en el año 66 la rebelión contra el gobierno romano, en la que tomaron parte importantes grupos de patriotas fanáticos conocidos con el nombre de “celotes”. Palestina pasó entonces a ser regida por generales romanos, con el título de “legados”. El primero de ellos fue Vespasiano, quien en el año 69 fue proclamado emperador.

(43) La llamada “guerra judía” se prolongó hasta septiembre del año 70, cuando los ejércitos romanos al mando de Tito, hijo del emperador Vespasiano, conquistaron la ciudad de Jerusalén y destruyeron el templo (cf. Mt 24.2; Lc 21.20). Aquella derrota se debió no solo a la superioridad militar de los romanos, sino también a las irreconciliables divisiones internas de los judíos.

(44) Hasta el mismo año 70, el pueblo judío había conservado cierta medida de autoridad propia en asuntos internos, sobre todo religiosos, ejercida por la Junta Suprema o Sanedrín. Esta Junta estaba presidida por el sumo sacerdote, y a ella pertenecían también otros personajes importantes de las familias sacerdotales, más los llamados “ancianos” (hombres notables, de familias no sacerdotales) y un grupo de maestros de la ley, hasta completar el número de 71 (cf. Mc 15.1). La competencia del Sanedrín en tiempo de Jesús parece que no comprendía la ejecución de penas capitales (cf. Jn 18.31).

(45) Con la destrucción de Jerusalén y del templo, el Sanedrín perdió su poder político, y el cargo de sumo sacerdote dejó de existir, lo mismo que el culto del templo.

(46) La vida religiosa y cultural del pueblo judío de Palestina se reorganizó más tarde, sobre todo en Galilea, alrededor de las escuelas rabínicas, que recogieron y organizaron las diversas tradiciones.

(47) Fuera de Palestina, la iglesia cristiana encontró en el imperio romano elementos que favorecieron su rápida propagación por el mundo pagano. La unidad política y cultural ofreció a los evangelizadores cristianos la posibilidad de predicar la buena noticia en la mayoría de las provincias y ciudades del imperio (cf. Ro 15.19,28; 1 P 1.1). Además, en un primer periodo, la religión cristiana gozaba de la misma tolerancia que se concedía a la religión judía. Así, no es de extrañar que en Ro 13.1-7; Tit 3.1 se refleje una valoración positiva de la autoridad del Estado.

(48) No obstante, la fe y la conducta característica de los cristianos no tardaron en plantear conflictos muy agudos.

(49) Las medidas que las autoridades romanas tomaron en algunas ocasiones contra los judíos tuvieron sus repercusiones también sobre los cristianos (cf. Hch 18.2). La obligatoriedad del culto oficial de Roma, que incluía en especial al emperador, inevitablemente llevó al enfrentamiento de los cristianos con las autoridades romanas. Al principio, la persecución de los cristianos tuvo un carácter local y limitado; pero después, sobre todo a partir del siglo II, se hizo más general y sistemática. Esta situación ya se refleja en textos como 1 P 4.12-16 y, sobre todo, en el Apocalipsis, donde el imperio romano aparece como el enemigo por excelencia de Cristo y de sus seguidores (cf. Ap 13.7).

Transmisión del texto

(50) Los libros del NT fueron escritos, con toda probabilidad, en rollos de papiro (algunos quizá de pergamino), más o menos largos, según la longitud del texto. Sin embargo, ninguno de ellos ha llegado hasta nosotros en el autógrafo o manuscrito original. Lo mismo sucede, por lo demás, con toda la producción literaria de la antigüedad.

(51) El texto del NT nos ha llegado en copias manuscritas realizadas en diversos lugares y en distintas épocas. Si prescindimos de algunos fragmentos muy pequeños, sin importancia para la reconstrucción del texto, las copias más antiguas del NT que hoy se conservan son de alrededor del año 200 y proceden de Egipto. Estas copias, hechas en papiro, ya tienen la forma de libros (códices). Otras posteriores (siglo IV en adelante) fueron hechas en pergamino (cuero de oveja, cabra o becerro), material más fino y duradero. Las condiciones del clima de Egipto, muy seco, fueron especialmente favorables para la conservación de los manuscritos.
(52) Más numerosas aún son las copias que se conservan de los siglos siguientes. El número total de manuscritos anteriores a la utilización de la imprenta en occidente, hechos en papiro o pergamino y que contienen todo o parte del NT, pasa de cinco mil.

(53) Si a esto añadimos las antiguas versiones –tales como las traducciones al latín, al siríaco, al copto y a otras lenguas– hechas en los primeros siglos de la era cristiana, y los testimonios de los escritores antiguos (citas, alusiones, comentarios), el material que sirve para reconstruir el texto del NT es muy voluminoso.
(54) Dado el número tan grande de testimonios y las limitaciones de toda obra humana, no es extraño que se presenten variantes en el texto de testigos tan diversos.

(55) Por eso existe toda una rama de la ciencia bíblica (la crítica textual), que se dedica al estudio de dichos testimonios y a la reconstrucción del texto en su forma más primitiva posible.

(56) Los resultados de tales estudios aparecen publicados en las ediciones críticas del texto griego del NT. La presente traducción se basa en la publicada por K. Aland, M. Black, B. Metzger, C. M. Martini y otros, The Greek New Testament, 4a. edición corregida, Sociedades Bíblicas Unidas, 1994.
(57) En las Notas se indican algunas de las variantes más importantes que se encuentran en los manuscritos.

Contenido y finalidad del Nuevo Testamento

(58) Como ya se ha dicho, el NT está centrado en la persona, en la historia y en la obra salvadora de Jesucristo. Este tema, por una parte, da unidad a los diversos libros que lo forman, y por otra, lo distingue del AT.

(59) Jesús no redactó ninguno de los escritos del NT, sino que lo hicieron quienes le reconocieron como el Mesías, como la persona que Dios había escogido y enviado para realizar su obra de salvación en favor de la humanidad. Los autores fueron llamados por Dios para comunicar a toda persona el testimonio de su fe en Cristo.

(60) El NT existe porque Jesús “mostró su gloria, y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2.11). Aunque Jesús no fue reconocido por la mayor parte de su pueblo (cf. Jn 1.11), un grupo privilegiado fue testigo de sus acciones, de su muerte y de su resurrección. Jesús les envió el Espíritu, y así se cumplió lo que él les había dicho: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, recibiréis poder y saldréis a dar testimonio de mí en Jerusalén, en toda la región de Judea, en Samaria y hasta en las partes más lejanas de la tierra” (Hch 1.8).

(61) Ellos mismos, y los discípulos que se reunieron alrededor de ellos, sintieron la necesidad de comunicar a todos los pueblos la fe que profesaban y la esperanza que los animaba. Los que aceptaban este mensaje fueron constituyendo el nuevo pueblo de Dios, beneficiario del nuevo pacto que Dios había prometido establecer con los hombres, el nuevo pueblo al cual estaban llamados los hombres y mujeres de todas las naciones.

(62) El NT quiere expresar a todos, sin ambigüedades, quién es Jesús. Una manera de hacerlo es por medio de los títulos que le aplica.

(63) El título con el que más comúnmente el NT expresa su fe en Jesús es el de Cristo (Mesías, Ungido), título que se relaciona con las esperanzas del pueblo de Israel, pero que se aplicó a Jesús con un contenido y un alcance nuevos.
(64) Títulos de significado semejante son Hijo de David y Rey. Según los evangelios, el que Jesús prefería para referirse a su misión era el de Hijo del hombre, que, por una parte, expresaba su condición plenamente humana, y por otra aludía a su carácter de Juez glorificado.

(65) Otro título muy frecuente en el NT es el de Señor, aplicado en el AT preferentemente a Dios, y que fue la forma que sustituyó de ordinario al nombre Yahvé. Entre los griegos, se daba a los reyes y a los dioses, y el NT lo incorpora para expresar la soberanía de Jesús resucitado.
(66) El título de Hijo de Dios se daba a veces al rey de Israel, como también lo daban los romanos al emperador. Pero para el NT, expresa lo que solamente se verifica con toda propiedad en Jesús: una relación única con Dios, como su Padre; pero que es al mismo tiempo el fundamento para que los que estén unidos a él por la fe puedan ser y llamarse hijos de Dios.

(67) Además de estos, que son los más comunes, Jesús recibe otros títulos que el lector encontrará en los escritos del NT.

(68) Pero la fe de la iglesia primitiva en Jesucristo no se expresa únicamente en los títulos que le atribuye. Con igual valor se expresa en la forma en que describe su obra salvadora.

(69) El NT proclama que Jesús, por su acción en la tierra, por su muerte y resurrección, y por su presencia activa y continua en el mundo, ha hecho presente el poder y el amor salvador de Dios. Esta obra se describe de diversas maneras, entre las cuales se encuentran expresiones como “salvar de los pecados”, “dar su vida en rescate por una multitud”, “liberar de la esclavitud del pecado”, “reconciliar con Dios”, y muchas más.
(70) Esta obra salvadora de Dios por medio de Cristo –afirma el NT– realiza una transformación en la persona, exige un cambio de vida, pide una respuesta de fe, lleva a una vida de esperanza y crea una comunidad de hermanos que se distingue por practicar la justicia y vivir en el amor.

(71) El NT no pretende ser una legislación que sustituya a la ley de Moisés. Sin embargo, el cristiano encuentra en él los principios permanentes para regir su vida y su conducta. En diversos lugares, el NT los sintetiza en la ley del amor (cf. Mt 22.34-40 y paralelos; Jn 13.34-35; Ro 13.8-10).

(72) El NT adquiere su sentido más profundo como testimonio permanente de estas convicciones, de estas esperanzas y de este llamamiento.

(73) En el Índice temático que se encuentra al final de esta edición aparecen enumerados de manera más completa y, cuando es necesario, explicados brevemente, los términos más importantes del NT.

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