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Tránslate / Traducción

El agua y el aceite no se mezclan


Vivimos en un mundo donde, a menudo, la gente intenta reconciliar el pecado con la vida cristiana como si fuera posible mantener una vida piadosa mientras se entrega a prácticas que desagradan a Dios. Pero la verdad es clara e innegociable: el aceite y el agua no se mezclan. Lo mismo ocurre con la luz y la oscuridad, la santidad y el pecado.

Jesús nos llamó a ser sal de la tierra y luz del mundo, a vivir una vida de santidad. El pecado puede parecer atractivo, cómodo o hasta inofensivo por un tiempo, pero siempre tiene consecuencias, separándonos del plan perfecto de Dios para nosotros. Nos paraliza espiritualmente, nos ciega y nos esclaviza, incluso cuando creemos tener el control.

Pero hay esperanza. Dios no nos llama a la perfección por nuestras propias fuerzas, sino al arrepentimiento sincero. En 1 Juan 1:9 está escrito:

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
(1 Juan 1:9)

Es el amor del Padre el que nos llama de vuelta cuando nos desviamos. No aceptes una vida dividida. No te engañes pensando que es posible seguir a Cristo y, al mismo tiempo, mantener alianzas con el mundo. La vida con Dios requiere una entrega total. Cuando dejamos el pecado y nos consagramos a Dios, experimentamos verdadera libertad y paz.

El agua y el aceite no se mezclan. Elige ser lleno del Espíritu Santo, libre de la contaminación de aquello que te separa de Dios. Que tu vida refleje pureza, verdad y amor, siendo un testimonio vivo del poder transformador de Cristo.

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¡Deja el pecado y sumérgete en la gracia!
Reconoce y confiesa tu pecado: reconoce tus debilidades ante Dios, confiésalas con sinceridad y permite que él purifique tu corazón con amor y misericordia.
Corta las alianzas con el mundo: aléjate de entornos, hábitos y amistades que te distancian de Dios. No fuiste llamado a vivir dividido, sino a ser luz y testigo de transformación.
Busca la intimidad con el Espíritu Santo: nútrete de la Palabra, ora a diario y cultiva una vida de santidad. Cuanto más cerca estés de Dios, menos poder tendrá el pecado sobre ti.
Para orar:
Señor, reconozco mis faltas y me arrepiento de mis pecados. Purifica mi corazón, fortaléceme para rechazar el mal y vivir en tu verdad. Lléname de tu Espíritu y guía mis pasos en tu gracia. Que mi vida refleje tu amor. En el nombre de Jesús, amén.

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