El evangelista Mateo comienza su historia con una lista de los antepasados de Jesús y relatando algunos acontecimientos de su infancia. Pasa luego a narrar, en cuadros que se van alternando, los hechos y las enseñanzas de Jesús, para concluir con los relatos de la pasión, las apariciones del Señor resucitado y el envío de los discípulos a todas las naciones.
Este evangelio se distingue de los otros, ante todo, por su manera sistemática de organizar las palabras de Jesús. En efecto, en su mayor parte las reúne en cinco grandes sermones o discursos. El uso de ciertas fórmulas introductorias (véase Mt 5.1-2; 10.1; 13.1-3; 18.1 y 24.1) y, sobre todo, de fórmulas que sirven para concluir estos sermones y pasar a otro tema (véase 7.28-29; 11.1; 13.53; 19.1 y 26.1), indica el interés del evangelista por hacerlos resaltar.
La fórmula con que concluye el último sermón es especialmente significativa: “Cuando acabó todas estas enseñanzas, Jesús...” (26.1). Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en Mateo hay otras palabras o enseñanzas de Jesús, además de las reunidas en los cinco sermones mencionados (véase, por ej., el cap. 23), los cuales aparecen intercalados alternadamente entre las secciones narrativas. Los relatos de la infancia de Jesús (caps. 1–2) sirven de introducción; y los referidos a su pasión, muerte y resurrección constituyen la conclusión de toda la obra.
La fórmula con que concluye el último sermón es especialmente significativa: “Cuando acabó todas estas enseñanzas, Jesús...” (26.1). Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en Mateo hay otras palabras o enseñanzas de Jesús, además de las reunidas en los cinco sermones mencionados (véase, por ej., el cap. 23), los cuales aparecen intercalados alternadamente entre las secciones narrativas. Los relatos de la infancia de Jesús (caps. 1–2) sirven de introducción; y los referidos a su pasión, muerte y resurrección constituyen la conclusión de toda la obra.
A la luz de lo dicho podemos destacar las siguientes grandes secciones de este evangelio:
I. Infancia de Jesús
(1–2)
II. Jesús inicia su actividad pública
(3–4)
III. Sermón del monte
(5–7)
IV. Actividad pública de Jesús
(8–9)
V. Instrucción para el apostolado
VI. Actividad pública de Jesús
VII. Siete parábolas de Jesús
(13.1-52)
VIII. Actividad pública de Jesús
IX. Sermón sobre la vida de la comunidad
(18)
X. Actividad pública de Jesús
(19–23)
XI. Sermón sobre el fin de los tiempos
(24–25)
XII. Pasión y muerte
(26–27)
XIII. ¡Jesús ha resucitado!
(28)
Otros autores, teniendo en cuenta sobre todo el aspecto geográfico, dividen el evangelio de la siguiente manera:
I. Parte preparatoria
(1.1–4.11)
II. Actividad de Jesús en Galilea
III. Viajes por diversas regiones
(14–20)
IV. Actividad en Jerusalén, pasión, muerte y resurrección (21–28)
1. Última actividad de Jesús
(21–25)
2. Pasión, muerte y resurrección
(26–28)
En la sección dedicada a la infancia de Jesús (caps. 1–2), el evangelista considera ya con claridad un aspecto que es preponderante en todo el evangelio: Jesús viene a cumplir las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Esto, que queda insinuado ya en la propia lista inicial de los antepasados de Jesús (1.1-17), lo realza después mostrando en cada uno de los episodios de la infancia cómo se cumplen en ellos las Escrituras. Este tema se repetirá con frecuencia. Diez veces anota el autor, a lo largo de su evangelio, el cumplimiento de las Escrituras (1.22-23; 2.15; 2.17-18; 2.23; 4.14-16; 8.17; 12.17-21; 13.35; 21.4-5; 27.9-10).
Todo ello viene a mostrar que Jesús es el Mesías esperado por el pueblo de Israel. Este título (o el de Cristo, que significa lo mismo: Ungido) lo aplica el evangelista a Jesús desde la primera frase del evangelio (1.1). La misma idea, o una semejante, se expresa también con otros títulos, como Hijo del hombre (véase 8.20 nota n), Hijo de Dios (3.17 n.), Hijo de David (1.1 n.), Rey de los judíos (2.2) o, simplemente, Rey (25.34).
Mateo destaca mucho la labor docente de Jesús: él es el único Maestro (véase 23.8). De ahí la importancia que a sus discursos da Mateo. La enseñanza de Jesús no es como la de los otros maestros de la ley, que se dedican solo a interpretarla; Jesús enseña con una autoridad superior incluso a la de Moisés (véase 5.20-48).
La enseñanza de Jesús en este evangelio está centrada en el tema del reino de Dios o, como Mateo prefiere llamarlo, reino de los cielos. Más o menos cincuenta veces se encuentra una de ambas expresiones en el libro. Jesús proclama el reino de Dios con su palabra (véanse sobre todo los cinco grandes sermones), y con sus hechos muestra que ese reino empieza ya a ser realidad en el momento presente (véase en especial 12.28).
El Evangelio según Mateo da particular relieve a la misión que Jesús confía a los apóstoles (véase principalmente el cap. 10), a quienes encarga que anuncien la inminencia del reino de los cielos (10.7). También se preocupa Mateo de recoger las enseñanzas de Jesús relativas a la vida de la comunidad (de manera particular en el cap. 18).
Una buena parte del contenido del libro (cerca de la mitad) es común al Evangelio según Marcos, aunque en general se observa que Mateo escribe de una manera más concisa y estilísticamente más cuidada que Marcos. Otras secciones de Mateo (menos de una cuarta parte) tienen paralelos en Lucas, pero no en Marcos, y contienen, sobre todo, palabras de Jesús. Finalmente, hay una buena cantidad de material (más de una cuarta parte) propio de Mateo, sin paralelo exacto (o sin paralelo alguno) ni en Marcos ni en Lucas. A este último grupo pertenecen principalmente los capítulos de la infancia (Mt 1–2), las apariciones de Jesús resucitado (Mt 28.9-20) y también algunos dichos de Jesús, entre los que puede mencionarse, por ej., el relato del juicio de las naciones (Mt 25.31-46).
Una antigua tradición sostiene que Mateo fue escrito originalmente en hebreo (lo que puede referirse también al arameo), pero el único texto primitivo que se ha conocido siempre es el texto griego. Lo que sí aparece claro es que, en muchas de sus expresiones y temas preferidos, Mateo muestra una especial afinidad con el pensamiento hebreo. Tanto el autor como sus primeros lectores fueron, sin duda, personas familiarizadas con el Antiguo Testamento y con muchas de las tradiciones judías. Sin embargo, este evangelio muestra con toda claridad que el mensaje de salvación iba dirigido a todos los pueblos (véase 28.19).
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