INTRODUCCIÓN
Importancia del evangelio de Marcos
Este evangelio, segundo de los libros del NT, contiene poco material que no aparezca igualmente en Mateo y Lucas. Apenas cinco pasajes de Marcos (3.7-12; 4.26-29; 7.32-37; 8.22-26; 14.51-52) y unos cuantos versículos aislados han quedado sin registrar en los otros dos evangelios. Por esta razón, durante mucho tiempo no se dio a Marcos (=Mc) la importancia teológica y literaria que realmente tiene.
Sin embargo, desde el s. XIX ha venido afirmándose la idea de que el «segundo evangelio» fue básico en la preparación de Mateo y Lucas; y al considerar así que Marcos es el documento más antiguo que poseemos sobre la vida y la obra de Jesús, se ha despertado un gran interés por estudiarlo.
Autor
La opinión más generalizada identifica al autor de nuestro evangelio con Juan Marcos (o solo Juan), pariente de Bernabé (Col 4.10) e hijo de María, la cual vivía en Jerusalén, en una casa que disponía de un «aposento alto, donde se alojaban» los apóstoles (Hch 1.13; 12.12). Fue colaborador de Pablo (Hch 12.25; 13.5,13; 15.37,39; 2 Ti 4.11; Flm 24), y quizá discípulo de Pedro, quien en su primera carta lo menciona como «Marcos, mi hijo» (1 P 5.13).
Marcos no es un historiador en el sentido que hoy damos al término. Más bien es un narrador que cuenta lo que ha llegado a su conocimiento. Escribe en griego, con la tosquedad característica de quien está usando un idioma que no es el propio; y, sin embargo, sabe desarrollar un estilo vivo y vigoroso. Acude, probablemente, a la memoria de cosas oídas; pero es capaz de crear en el lector la impresión de hallarse ante un testigo presencial de los hechos relatados.
Propósito del evangelio
Marcos no parece preocupado por cuestiones biográficas. Ejemplo de ello es la ausencia en su obra de una historia del nacimiento o de la infancia de Jesús, al modo en que lo hacen Mateo y Lucas. Además, en términos generales, y exceptuando acaso los capítulos del arresto, juicio, crucifixión y resurrección del Señor (14--16), los datos cronológicos consignados por el evangelista no permiten establecer con precisión el orden en que se producen los acontecimientos.
Lo que realmente importa al evangelista es atestiguar que a la pregunta sobre quién es Jesús, la primitiva comunidad cristiana respondió con convicción: Jesús es el Hijo de Dios. Y haciéndose eco de esta afirmación de fe, Marcos inicia su mensaje enunciando solemnemente: «Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (1.1. cf. también 1.11; 3.11; 5.7; 9.7; 14.61; 15.39).
Características teológicas y literarias
Este evangelio proclama en cada una de sus páginas que Jesús es la revelación definitiva de Dios, quien en su hijo eterno se integra en la historia de la humanidad: Jesús, el sencillo maestro llegado de Galilea (1.9), es el Cristo, el Mesías que desde siglos atrás esperaba el pueblo de Israel (8.29; 9.41; 14.61-62). El evangelista anuncia la presencia de Jesús en el mundo como el signo inmediato de la venida del reino de Dios (1.14-15; 4.1-34).
Sin embargo, la personalidad de Jesús no satisface las expectativas judías, pues lejos de presentarse como mesías político y militar, lo hace como un hombre humilde cuya actividad y enseñanzas no corresponden a la imagen triunfante de un libertador nacional.
Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, es también el Hijo del hombre. Participa de los sentimientos humanos y es sujeto de sufrimiento y de muerte (8.31). Con conciencia de su naturaleza humana, exige frecuentemente que su función mesiánica se mantenga en secreto (1.43-44; 5.43; 8.29-30; 9.9,30-31), hasta que llegue el momento de ser acreditada por los padecimientos morales y físicos que él deberá afrontar (14.35-36; 15.39).
Un rasgo típico de Marcos es que dedica más espacio a los actos que a los discursos de Jesús. En realidad, solo dos de estos últimos pueden ser considerados como tales: la serie de parábolas de 4.1-34 y el sermón escatológico de 13.3-37. Todo lo demás son breves intervenciones de enseñanza, exhortación o controversia. En cambio, el evangelista concede a la descripción de los hechos un espacio más amplio, incluso a veces superior al que Mateo o Lucas dedican a narraciones paralelas (cf. 5.21-43 con Mt 9.18-26 y Lc 8.40-56; 6.14-29 con Mt 14.1-12; 6.30 con Mt 14.13-21 y Lc 9.10-17).
A medida que progresa, el desarrollo dramático del segundo evangelio crece en intensidad, hasta alcanzar su punto culminante en el relato de la pasión, crucifixión y resurrección de Jesús. El Señor anuncia tres veces estos acontecimientos a sus discípulos: «el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas... y lo entregarán a los gentiles... y lo matarán; pero al tercer día resucitará» (10.33-34; véanse 8.31 y 9.31. Cf. Mt 16.21; 17.22-23; 20.18-19 y Lc 9.22; 9.44; 18.32-33). Los discípulos no comprendieron hasta el último momento que el sacrificio de Jesucristo formaba parte del plan de salvación que Dios le había encomendado (8.32-38; 16.19-20).
Lectores, tiempo y lugar
Respecto a la composición de Marcos, es probable que tuviera lugar en Roma, o quizás en Antioquía de Siria, antes del año 70, fecha en que Jerusalén fue destruida. No hay base cronológica que permita datarla con exactitud, de forma que algunos historiadores la sitúan entre el 65 y el 70, es decir, en los años siguientes a la persecución del 64, decretada por Nerón; otros, alrededor del año 63, y otros la hacen retroceder hasta la década de los 50.
La antigua tradición eclesiástica vio en este evangelio la influencia de las enseñanzas del apóstol Pedro, de quien Marcos habría sido discípulo. En principio, fue escrito para lectores de origen gentil, residentes fuera de Palestina. Así lo sugiere, entre otras peculiaridades, el hecho de que el autor añada la traducción griega de expresiones cuyo original arameo incorpora al texto con la mayor fidelidad (cf. 5.41; 7.11; 7.34; 14.36; 15.22,34).
Estructura del evangelio
La estructura formal de Marcos ha dado lugar a diversos análisis y a diferentes posibilidades de dividir el texto. La que más adelante se ofrece toma como base la progresiva revelación que Jesús hace de sí mismo: por una parte, su personalidad (cf. 1.7-8, 10-11; 4.41; 8.27-29; 9.7), su poder frente a la naturaleza, el dolor y la muerte (cf. 1.31-31,40-42; 2.3-12; 4.37-39; 5.22-42; 6.45-51) y su lucha contra las fuerzas del mal (cf. 1.24-27; 3.11; 5.15,19; 9.25-27); por otra parte, la índole de su misión, primero como maestro y profeta (cf. 1.37-39; 2.18-28; 3.13-19,23-29; 4.1-34; 9.2--10.31; 13.3-37; 14.61-62), y definitivamente como Señor y Salvador (16.15-18).
Esquema del contenido [las subdivisiones que aparecen en el texto se han agrupado en unidades mayores]:
Prólogo (1.1-15)
Predicación de Juan el Bautista (1.1-8)
Los principios del ministerio de Jesús (1.9-15)
1. Jesús, el Mesías (1.16--8.30)
Actividades y enseñanzas de Jesús (1.16--3.12)
Proclamación del Reino de Dios (3.13--6.6)
Jesús se revela como el Mesías (6.7--8.30)
2. Jesús, el Hijo del hombre (8.31--16.20)
Jesús anuncia su muerte (8.31--11.11)
Actividades de Jesús en Jerusalén (11.12--13.37)
Pasión, muerte y resurrección (14.1--16.20)
Este evangelio, segundo de los libros del NT, contiene poco material que no aparezca igualmente en Mateo y Lucas. Apenas cinco pasajes de Marcos (3.7-12; 4.26-29; 7.32-37; 8.22-26; 14.51-52) y unos cuantos versículos aislados han quedado sin registrar en los otros dos evangelios. Por esta razón, durante mucho tiempo no se dio a Marcos (=Mc) la importancia teológica y literaria que realmente tiene.
Sin embargo, desde el s. XIX ha venido afirmándose la idea de que el «segundo evangelio» fue básico en la preparación de Mateo y Lucas; y al considerar así que Marcos es el documento más antiguo que poseemos sobre la vida y la obra de Jesús, se ha despertado un gran interés por estudiarlo.
Autor
La opinión más generalizada identifica al autor de nuestro evangelio con Juan Marcos (o solo Juan), pariente de Bernabé (Col 4.10) e hijo de María, la cual vivía en Jerusalén, en una casa que disponía de un «aposento alto, donde se alojaban» los apóstoles (Hch 1.13; 12.12). Fue colaborador de Pablo (Hch 12.25; 13.5,13; 15.37,39; 2 Ti 4.11; Flm 24), y quizá discípulo de Pedro, quien en su primera carta lo menciona como «Marcos, mi hijo» (1 P 5.13).
Marcos no es un historiador en el sentido que hoy damos al término. Más bien es un narrador que cuenta lo que ha llegado a su conocimiento. Escribe en griego, con la tosquedad característica de quien está usando un idioma que no es el propio; y, sin embargo, sabe desarrollar un estilo vivo y vigoroso. Acude, probablemente, a la memoria de cosas oídas; pero es capaz de crear en el lector la impresión de hallarse ante un testigo presencial de los hechos relatados.
Propósito del evangelio
Marcos no parece preocupado por cuestiones biográficas. Ejemplo de ello es la ausencia en su obra de una historia del nacimiento o de la infancia de Jesús, al modo en que lo hacen Mateo y Lucas. Además, en términos generales, y exceptuando acaso los capítulos del arresto, juicio, crucifixión y resurrección del Señor (14--16), los datos cronológicos consignados por el evangelista no permiten establecer con precisión el orden en que se producen los acontecimientos.
Lo que realmente importa al evangelista es atestiguar que a la pregunta sobre quién es Jesús, la primitiva comunidad cristiana respondió con convicción: Jesús es el Hijo de Dios. Y haciéndose eco de esta afirmación de fe, Marcos inicia su mensaje enunciando solemnemente: «Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (1.1. cf. también 1.11; 3.11; 5.7; 9.7; 14.61; 15.39).
Características teológicas y literarias
Este evangelio proclama en cada una de sus páginas que Jesús es la revelación definitiva de Dios, quien en su hijo eterno se integra en la historia de la humanidad: Jesús, el sencillo maestro llegado de Galilea (1.9), es el Cristo, el Mesías que desde siglos atrás esperaba el pueblo de Israel (8.29; 9.41; 14.61-62). El evangelista anuncia la presencia de Jesús en el mundo como el signo inmediato de la venida del reino de Dios (1.14-15; 4.1-34).
Sin embargo, la personalidad de Jesús no satisface las expectativas judías, pues lejos de presentarse como mesías político y militar, lo hace como un hombre humilde cuya actividad y enseñanzas no corresponden a la imagen triunfante de un libertador nacional.
Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, es también el Hijo del hombre. Participa de los sentimientos humanos y es sujeto de sufrimiento y de muerte (8.31). Con conciencia de su naturaleza humana, exige frecuentemente que su función mesiánica se mantenga en secreto (1.43-44; 5.43; 8.29-30; 9.9,30-31), hasta que llegue el momento de ser acreditada por los padecimientos morales y físicos que él deberá afrontar (14.35-36; 15.39).
Un rasgo típico de Marcos es que dedica más espacio a los actos que a los discursos de Jesús. En realidad, solo dos de estos últimos pueden ser considerados como tales: la serie de parábolas de 4.1-34 y el sermón escatológico de 13.3-37. Todo lo demás son breves intervenciones de enseñanza, exhortación o controversia. En cambio, el evangelista concede a la descripción de los hechos un espacio más amplio, incluso a veces superior al que Mateo o Lucas dedican a narraciones paralelas (cf. 5.21-43 con Mt 9.18-26 y Lc 8.40-56; 6.14-29 con Mt 14.1-12; 6.30 con Mt 14.13-21 y Lc 9.10-17).
A medida que progresa, el desarrollo dramático del segundo evangelio crece en intensidad, hasta alcanzar su punto culminante en el relato de la pasión, crucifixión y resurrección de Jesús. El Señor anuncia tres veces estos acontecimientos a sus discípulos: «el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas... y lo entregarán a los gentiles... y lo matarán; pero al tercer día resucitará» (10.33-34; véanse 8.31 y 9.31. Cf. Mt 16.21; 17.22-23; 20.18-19 y Lc 9.22; 9.44; 18.32-33). Los discípulos no comprendieron hasta el último momento que el sacrificio de Jesucristo formaba parte del plan de salvación que Dios le había encomendado (8.32-38; 16.19-20).
Lectores, tiempo y lugar
Respecto a la composición de Marcos, es probable que tuviera lugar en Roma, o quizás en Antioquía de Siria, antes del año 70, fecha en que Jerusalén fue destruida. No hay base cronológica que permita datarla con exactitud, de forma que algunos historiadores la sitúan entre el 65 y el 70, es decir, en los años siguientes a la persecución del 64, decretada por Nerón; otros, alrededor del año 63, y otros la hacen retroceder hasta la década de los 50.
La antigua tradición eclesiástica vio en este evangelio la influencia de las enseñanzas del apóstol Pedro, de quien Marcos habría sido discípulo. En principio, fue escrito para lectores de origen gentil, residentes fuera de Palestina. Así lo sugiere, entre otras peculiaridades, el hecho de que el autor añada la traducción griega de expresiones cuyo original arameo incorpora al texto con la mayor fidelidad (cf. 5.41; 7.11; 7.34; 14.36; 15.22,34).
Estructura del evangelio
La estructura formal de Marcos ha dado lugar a diversos análisis y a diferentes posibilidades de dividir el texto. La que más adelante se ofrece toma como base la progresiva revelación que Jesús hace de sí mismo: por una parte, su personalidad (cf. 1.7-8, 10-11; 4.41; 8.27-29; 9.7), su poder frente a la naturaleza, el dolor y la muerte (cf. 1.31-31,40-42; 2.3-12; 4.37-39; 5.22-42; 6.45-51) y su lucha contra las fuerzas del mal (cf. 1.24-27; 3.11; 5.15,19; 9.25-27); por otra parte, la índole de su misión, primero como maestro y profeta (cf. 1.37-39; 2.18-28; 3.13-19,23-29; 4.1-34; 9.2--10.31; 13.3-37; 14.61-62), y definitivamente como Señor y Salvador (16.15-18).
Esquema del contenido [las subdivisiones que aparecen en el texto se han agrupado en unidades mayores]:
Prólogo (1.1-15)
Predicación de Juan el Bautista (1.1-8)
Los principios del ministerio de Jesús (1.9-15)
1. Jesús, el Mesías (1.16--8.30)
Actividades y enseñanzas de Jesús (1.16--3.12)
Proclamación del Reino de Dios (3.13--6.6)
Jesús se revela como el Mesías (6.7--8.30)
2. Jesús, el Hijo del hombre (8.31--16.20)
Jesús anuncia su muerte (8.31--11.11)
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