Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. (Hageo 2:8)
Este versículo nos recuerda que todo lo que existe, ya sea material o espiritual, pertenece a Dios. La plata y el oro, que son símbolos de riqueza y valor, están bajo su control. Debemos entender que Dios es el dueño de todas las cosas y lo que consideramos como nuestras posesiones no es algo que logramos por nosotros mismos.
Cuando entendemos que Dios es el verdadero dueño de todo, aprendemos a confiar más en él y a vivir con más humildad. Nuestras riquezas y posesiones son temporales y están bajo el cuidado de Dios. Él, en su bondad, nos da lo que necesitamos, y es a él a quien debemos estar agradecidos. Esta verdad también nos llama a administrar bien lo que tenemos, pues solo somos mayordomos de las bendiciones que Dios nos da.
Así, este versículo nos recuerda que la verdadera seguridad no está en el dinero ni en los bienes materiales, sino en Dios. Él es el dueño de todas las cosas y quien nos sostiene en todo momento.
Recuerda que todo pertenece a Dios
Reconoce que todo pertenece a Dios: recuerda que tus posesiones son regalos temporales de Dios.
Confía en Dios, más que en las riquezas: tu seguridad está en Dios, no en los bienes materiales que pueden desaparecer.
Sé un buen administrador de lo que tienes: usa tus posesiones sabiamente, buscando siempre honrar a Dios en tus decisiones.
Para orar:
Señor, reconocemos que todo te pertenece. Ayúdanos a confiar más en ti que en las riquezas, administrando bien lo que tú nos das. Que nuestra actitud hacia el dinero y nuestras decisiones honren tu nombre, recordando siempre que tú eres la fuente de toda provisión. Amén.
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