(1 Juan 4:17b-18)
Amor, una palabra que está en la boca de muchos y en el corazón de pocos.
Vivimos en un mundo frío y violento tanto en los hechos como en las palabras, donde el amor parece haberse enfriado.
Este ambiente sombrío genera miedo, depresión y desencanto con la vida.
Pero cuando alzamos nuestros ojos para ver el verdadero amor, no ese amor que muestran las películas sino el amor que vence al miedo y supera a la muerte, toda la opresión de este mundo no es suficiente para abatirnos.
El amor derramado por Dios a través de su hijo Jesús es capaz de vencer el miedo y el castigo.
Debemos alimentarnos de este amor y esparcirlo.
Este amor no puede ser prohibido por la ley y nadie es capaz de arrebatarlo.
¡Debemos perfeccionarnos en este amor! Sí, es necesario, pues este es un amor práctico.
De la misma forma en que somos alimentados por este amor, debemos compartirlo con los que lo necesitan.
En este mundo frío y sin sabor, el amor de Dios es la sal y el calor que todos necesitan.
Nos toca a nosotros como sal de la tierra, esparcir este amor y consolar a este mundo.
No tengas miedo de hablar de este amor, pues este amor expulsa el miedo.
Es el amor de aquel que nos amó antes que todo: ¡Jesús!
Aparta el miedo con amor
Primero que nada debemos tener conciencia de este amor que salvó al mundo: Jesús.
Lee los Evangelios y sumérgete en este amor.
Al relacionarnos con el Padre activamos el mecanismo que nos riega con este amor.
Nuestro Dios es un Dios vivo y podemos tener una relación personal con él a través de la oración.
¡Practica este amor!
No tengas miedo de orar por los enfermos ni de hacer el bien a los que te han hecho mal.
El amor soporta y vence todo.
Cuando ponemos en práctica el amor de Dios suceden cosas maravillosas.
Para orar:
Señor Jesús, quiero sumergirme en tu amor.
Quita de mi corazón todo miedo de hacer tu voluntad.
Quiero ser un árbol que da frutos.
Necesito y deseo que tu amor me alimente.
En el nombre de Jesús, amén.
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