Este es mi siervo, a quien sostengo, mi escogido, en quien me deleito; sobre él he puesto mi Espíritu, y llevará justicia a las naciones.
No clamará, ni gritará, ni alzará su voz por las calles. (Isaías 42:1-2)
Ese texto del profeta Isaías apunta a Jesús, es una predicción y profecía acerca del Salvador.
Nota las cualidades que resalta de Jesús.
En primer lugar, es un siervo.
Jesús no fue enviado como un rey, sino como un siervo.
En segundo lugar, Dios Padre sustentó a Jesús en cada momento de su vida,
Jesús vivía felizmente necesitado de la providencia del Señor.
En tercer lugar, Jesús es el amado de Dios en quien él se deleita.
Jesús era tan perfecto y andaba tan bien en los caminos de Dios, que el Señor se deleitaba en él.
En él estaba el Espíritu Santo, y a través del Espíritu él fue capaz de realizar las grandes maravillas que marcaron su vida.
Cuando fue traicionado, Jesús fue llevado a juicio y cruzó en silencio, no se rebeló ni trató de huir.
Jesús fue sumamente humilde y entendió su misión, fue obediente hasta la cruz.
Su muerte y resurrección son la clave del último elemento de estos versículos, la clave de la justicia para las naciones, porque gracias a este sacrificio y milagro Jesús abrió las puertas de la vida eterna.
Él es nuestro mayor ejemplo.
Jesús fue extremadamente humilde y aceptó ser humillado, porque sabía que Dios haría justicia.
Haz eso, deja la justicia en las manos de Dios.
Confía en el sustento de Dios como Jesús hacía.
Pon tus necesidades en las manos del Señor.
Cree que Jesús murió en tu lugar, eleva y aumenta tu fe.
Para orar:
Señor Jesús, te doy gracias por tu sacrificio en mi lugar.
Veo en ti el mayor ejemplo de mi vida.
Te pido que me llenes del Espíritu Santo para poder ser humilde, que el Espíritu me ayude a confiar plenamente en mi Dios.
En el nombre de Jesús, amén.
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