Ir al contenido principal

Tránslate / Traducción

La práctica de la fraternidad


En la vida cristiana, se nos enseña a amar a las personas que nos rodean como nos amamos a nosotros mismos. Esto significa cuidarnos, ayudarnos y respetarnos unos a otros como si fuéramos una gran familia. El versículo de Romanos 12:10 nos recuerda esto.

Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. (Romanos 12:10)

Cuando amamos a los demás como hermanos y hermanas, seguimos el ejemplo de Jesús, quien nos mostró cómo hacerlo. Jesús nos enseñó a poner a los demás en primer lugar, a valorar a cada persona y a tratarla con respeto y cariño.

Por eso debemos tratar de ser siempre buenos unos con otros, incluso cuando sea difícil. Esto significa ayudar cuando alguien lo necesite y celebrar las victorias de los demás como si fueran nuestras. Cuando actuamos así, estamos mostrando al mundo el amor de Dios en acción.

Recordemos siempre tratar a los demás con bondad y respeto, porque todos somos importantes ante los ojos de Dios. Cuando nos amamos unos a otros como familia, vivimos el propósito que Dios tiene para nosotros y hacemos del mundo un lugar mejor para todos.

Amando al prójimo

Está atento a las necesidades de los demás y ofrece ayuda práctica siempre que sea posible, demostrando un interés genuino por su bienestar.

Muestra respeto y honra por los demás, reconoce sus habilidades, sus logros y su dignidad como seres humanos creados a imagen de Dios.

Invierte tiempo y esfuerzo en construir relaciones basadas en el amor fraternal, con espacio para apoyar a los demás en los momentos difíciles.

Para orar:

Señor, que tu amor guíe cada paso de mi camino. Ayúdame a amar a mi prójimo como a mí mismo, a mostrar compasión y bondad hacia todos. Permíteme honrar y respetar a cada persona, reflejando tu amor en todas mis acciones. Amén.

Comentarios

NOVEDADES

Caminando con Cristo

Muchas veces, en nuestro caminar con Dios, podemos sentir que todavía estamos lejos de ser perfectos. Nos enfrentamos a luchas, fracasos y momentos en los que pensamos que no estamos progresando como nos gustaría.  Pero el apóstol Pablo nos recuerda en Filipenses 3:12-14 que no importa cuán imperfectos seamos o cuántos errores hayamos cometido en el pasado, Dios nos llama a seguir adelante. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Filipenses 3:12-14) No necesitamos quedarnos estancados en el pasado. En Cristo, tenemos una nueva oportunidad cada día. Lo más importante es seguir avanzando, manteniendo siempre la mirada fija en el objetivo, que es n...

Dios puede animar tu día

Hoy compartimos una verdad transformadora: el poder de Dios es capaz de animar tu vida diaria. En medio de la adversidad, es reconfortante saber que tenemos un Dios que está siempre a nuestro lado, dispuesto a fortalecernos y animarnos. La Palabra de Dios asegura en Isaías 41:10: Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa. (Isaías 41:10) Es una promesa fortalecedora que muestra que Dios no solo está con nosotros, sino que también nos permite vencer los desafíos. Cuando el día se sienta pesado, recuerda Filipenses 4:13: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece". No nos enfrentamos solos a los desafíos: el Señor nos acompaña y nos capacita para superar cualquier situación. Además, cada mañana la misericordia de Dios es nueva (Lamentaciones 3:22-23), brindándonos un nuevo día lleno de oportunidades para experimentar el amor y el aliento divinos. Por tanto, deja tu día en ...

¡Exalta al Señor con tus alabanzas!

Alaben al SEÑOR, porque es bueno: ¡Porque para siempre es su misericordia! (Salmo 136:1) En la lucha o en la alegría, nuestro llamado es el mismo: exaltar al Señor con nuestras alabanzas. La alabanza es más que una canción. Es una expresión viva de nuestra fe, una declaración de que Dios es soberano, sin importar las circunstancias. Cuando alabamos a Dios, algo poderoso sucede en nosotros. El desánimo se desvanece, las dudas se disipan y la presencia de Dios se hace más real. La alabanza nos recuerda quién es Dios: fiel, justo, amoroso, poderoso. Él es digno de todo nuestro reconocimiento, no solo cuando todo va bien, sino también cuando enfrentamos el valle de sombra de muerte. Exaltar al Señor con toda alabanza es un acto de entrega y confianza. Es decir con el corazón: «Señor, te adoro no por lo que haces, sino por quién eres». En medio del dolor, alaba. En un buen día, alaba. En cada etapa de tu vida, alza la voz y glorifica a aquel que nunca falla. La alabanza transforma el entorn...