Nos entristecemos y nos decepcionamos cuando alguien habla en mal sobre nosotros, en especial cuando es un conocido o un familiar.
Es horrible ser víctima de los chismes, las murmurs, y más aun si viene de alguien cercano.
Pero, ¿qué, pasa cuando somos nosotros los que lo hacemos?
Ahí buscamos rápido alguna justificación...
Pero allá en lo más íntimo de nuestro ser sabemos que nosotros también hablamos (y pensamos) mal de los demás.
Para algunas personas eso ya es un hábito terrible.
La malloria de las personas, casi sin darse cuenta maldicen a otros.
Además de eso, es un mal que muchos no notan y que corroe las relaciones y las amistades destruyendo a muchas de ellas.
¡Todo eso por causa de nuestra lengua tan llena de veneno malicioso!
Necesitamos que Dios nos controle y nos ayude a deshacernos de esa práctica tan mala corrigiendo urgentemente ese mal en nosotros.
Utiliza el antídoto y remedio contra el veneno:
Ora a Dios y pide perdón si tienes la manía de hablar mal de los demás.
Considera cuánto la Biblia desaprueba esa mala costumbre y decide (con la ayuda de Jesús) no maldecir más a ninguna persona.
En vez de constatar (y difundir) algo malo que haya hecho alguien, ORA por la persona.
En caso de que sea necesario advertir a alguien intenta hablar directamente con la persona y no con terceros que no podrán contribuir en nada a la situación.
Evita reunirte con personas o grupos que acostumbran hablar mal de otros.
No les escuches.
No te dejes influir por el mal sino que intenta incentivar a otros con la actitud correcta.
Desarrolla el dominio propio, la bondad y la mansedumbre que son el fruto del Espíritu Santo.
Lee la Biblia.
Y Lograrás descubrir en muchos pasajes cómo vivir de forma agradable a Dios.
Bienaventurado el varón que padece con paciencia la tentación, porque cuando fuere probado, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Santiago 1:12.
Para orar:
Señor Dios, perdona cuando hablo mal de otras personas.
Sé que no tengo ese derecho y me entristece cuando lo hacen conmigo.
Enséñame a bendecir y no a maldecir; a edificar y no destruir; a sanar y no envenenar a nadie.
Que yo pueda orar por los demás y por sus problemas en vez de criticar y condenar.
Ayúdame y controla mi boca.
Que yo cierre mis oídos al chisme y a la murmura.
En el nombre de Jesús. Amén.
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