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En su angustia clamaron al Señor, y él los salvó de su aflicción. (Salmo 107:13)
En la vida, incontables son las veces que pasamos por aflicciones y tiempos de dificultad.
Es probable que tu ya hayas pasado por experiencias o hayas oído testimonios de personas que clamaron a Dios en sus dificultades y fueron salvadas de sus angustias.
Navios rescatados, aeroplanos en turbulencia librados de la caída fatal.
Colisiones fatales de automóviles que resultaron en accidentes, pero las vidas fueron preservadas.
Personas salvadas de extorsión, asaltos, persecucion y secuestros...
En fin, podríamos continuar recordando situaciones en las que el Señor guardó y socorrió a su pueblo.
Sea en el pasado, en el presente o en el futuro, nuestro Dios es el Dios de salvación.
El Salmo 107 habla de la lealtad, la misericordia y el amor del Señor que libra a los afligidos cuando buscan su ayuda.
El Señor hace maravillas a favor de los hombres y de las mujeres.
Clama por su misericordia y protección.
¡Él es bueno y fiel!
Clama al Señor en tu aflicción.
No pierdas tiempo: busca al Señor en todo momento.
En las horas de angustia, tristeza, dificultad, y tribulación, haz de él tu chaleco de salvación.
Él es el Dios todopoderoso, él te puede socorrer.
Ora con fe.
Pide de día y de noche, diariamente su auxilio y protección.
Dios es generoso en misericordia y gracia.
Él ayuda y sustenta la vida de sus hijos.
En la oscuridad y en los momentos de desespero, cree en la presencia de Dios que está contigo.
¡Él no te abandona!
Él te escogió, te ama y te ayuda.
El sufrimiento es parte de la vida, pero no tenemos que sufrir solos. En la Biblia hay ejemplos de personas que expresaron a Dios su frustración frente a las injusticias y el sufrimiento. Sabemos, pues, que podemos llevar nuestro dolor a Dios sin temor.
Veamos unos versículos de los Salmos que nos muestran que podemos acercarnos a Dios con confianza para expresarle nuestros sentimientos y pedir su ayuda.
Atiéndeme, Señor; respóndeme, pues pobre soy y estoy necesitado. Presérvame la vida, pues te soy fiel. Tú eres mi Dios, y en ti confío; ¡salva a tu siervo!
(Salmo 86:1-2)
Compadécete, Señor, de mí, porque a ti clamo todo el día. Reconforta el espíritu de tu siervo, porque a ti, Señor, elevo mi alma.
(Salmo 86:3-4)
Para orar:
Mi Dios y Padre, protégeme en este día. Ayúdame en los momentos de aflicción y peligro, Señor.
Cuando mis ojos no puedan ver una salida, que mi corazón pueda confiar en el poder de tu amor.
Gracias porque estás siempre conmigo, en las horas felices y en las tristes. Quédate conmigo y con todos tus hijos, hoy y siempre. Amén.
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