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En la época de Jesús no había vacunas tal y como las conocemos hoy. Esa tecnología es de historia reciente. Las vacunas actúan en nuestro sistema inmunitario, estimulando nuestros anticuerpos y combatiendo los virus y las bacterias.
Muchas veces no nos damos cuenta de los cambios que realizan en nuestro cuerpo. En ciertos casos, principalmente durante la infancia, las inyecciones nos dejan pequeñas señales o marcas. Después de algún tiempo, al mirarnos en el espejo, vemos la señal de que fuimos vacunados y protegidos.
Jesús obra de la misma forma. Cuando aceptamos a Jesús somos marcados por su sangre y recibimos el remedio espiritual. Su poder nos inmuniza contra la muerte eterna y nos capacita para combatir el pecado. Esa vacuna tiene un efecto poderoso en nuestra vida, nos transforma completamente. ¡Es una experiencia que nos marca para siempre!
A través del sacrificio de Jesús recibimos la sanidad y la vida eterna. Todo eso por gracia y por amor. En realidad, ese es el antídoto principal de la vacuna: el amor de Dios.
Vacúnate, mantente espiritualmente saludable, leyendo y poniendo en práctica la Palabra de Dios.
Jesús es la vacuna que da la vida eterna
Si Jesús es la vacuna, la Biblia es el prospecto. En ella encontramos las indicaciones para lograr mantenernos saludables, día tras día.
Si Jesús es la vacuna, el Espíritu Santo es como los anticuerpos en acción. Él actúa en nuestra alma y nos purifica. Busca al Espíritu Santo.
Si ya has recibido esta vacuna, comparte con los que necesitan recibirla: ¡habla de Jesús!
Si te sientes débil, habla con el Médico de médicos. Jesús siempre tiene espacio en su agenda para escuchar tu oración.
Para orar:
Jesús, tú eres la vacuna que me salvó. Te estoy muy agradecido porque me inmunizaste ante el pecado y las trampas de este mundo. Quiero continuar experimentando tu poder y proclamar tu salvación. Amén.
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