La santidad en la Biblia tiene que ver con Dios y con su obra en nosotros. ¡Dios es santo! Él es el único completamente puro, perfecto, sin culpa y sin mancha. No hay nadie como él.
Pero la santidad envuelve otro aspecto importante: Dios llama a sus hijos a ser santos. Él desea que sus hijos vivan vidas puras, consagradas y dedicadas a él. Por eso, el día a día de los que aman y sirven a Dios debe reflejar el corazón y la naturaleza del Padre. Esto debe ser así en todo momento y en todo lo que se haga, tal como leemos en 1 Pedro 1:15-16:
Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: «Sean santos, porque yo soy santo». (1 Pedro 1:15-16)
Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo. (2 Timoteo 1:9)
Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo. (2 Timoteo 1:9)
Por un lado, los hijos de Dios ya son santos gracias a su relación con él. En el mismo momento en el que aceptaron a Jesús como Señor y Salvador se convirtieron en hijos de Dios. Todo lo anterior quedó atrás y gracias a la obra redentora de Cristo en la cruz ahora son santos, puros y limpios de todo pecado. Esa es su identidad.
Por otro lado, los hijos de Dios son llamados a vivir en santidad: «Sean santos» (1 Pedro 1:16). Esto quiere decir que sus vidas deben mostrar que han escogido seguir a Jesús y que han permitido que él transforme su ser. O sea, esa santidad se notará en su carácter, en sus acciones y en sus palabras.
La santidad, la vida dedicada a Dios, impactará sus actitudes. Quien vive en santidad no habla ni actúa tal como lo hacen los que no aman a Dios. Vivir una vida santa es vivir la vida como Dios desea. Para lograrlo, hay que tener una relación bien estrecha con Dios manteniéndose atentos a su voz, obedeciéndole en todo. Todo lo que se haga, se diga o se piense dará testimonio de esa vida de santidad.
Antes ofrecían ustedes los miembros de su cuerpo para servir a la impureza, que lleva más y más a la maldad; ofrézcanlos ahora para servir a la justicia que lleva a la santidad. Cuando ustedes eran esclavos del pecado, estaban libres del dominio de la justicia. ¿Qué fruto cosechaban entonces? ¡Cosas que ahora los avergüenzan y que conducen a la muerte! Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna. (Romanos 6:19b-22)
Amar a Dios y recibirlo como Señor es una experiencia transformadora. Dios nos libera del poder del pecado, toda esa impureza queda atrás. Comienza el proceso de transformación y de santificación que culminará en el momento en el que dejemos el cuerpo terrenal y comencemos a disfrutar de la vida eterna en toda su plenitud.
Algunas áreas para vivir en santidad: Nuestra relación con los demás
Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Asegúrense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause dificultades y corrompa a muchos. (Hebreos 12:14-15)
Que el Señor los haga crecer para que se amen más y más unos a otros, y a todos, tal como nosotros los amamos a ustedes. Que los fortalezca interiormente para que, cuando nuestro Señor Jesús venga con todos sus santos, la santidad de ustedes sea intachable delante de nuestro Dios y Padre. (1 Tesalonicenses 3:12-13)
La pureza del cuerpo y del espíritu
Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación. (2 Corintios 7:1)
Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad. (1 Tesalonicenses 4:7)
La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su propio cuerpo de una manera santa y honrosa. (1 Tesalonicenses 4:3-4)
¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, él mismo será destruido por Dios; porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo.(1 Corintios 3:16-17)
La mente renovada
Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. (Romanos 12:1-2)
Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad. (Efesios 4:22-24)
La proclamación del evangelio
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. (1 Pedro 2:9)
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. (1 Pedro 2:9)
Versículos sobre la santidad de Dios:
¿Quién, Señor, se te compara entre los dioses? ¿Quién se te compara en grandeza y santidad? Tú, hacedor de maravillas, nos impresionas con tus portentos. (Éxodo 15:11)
Nadie es santo como el Señor; no hay roca como nuestro Dios. ¡No hay nadie como él! (1 Samuel 2:2)
... y los habitantes de Bet Semes dijeron: «El Señor es un Dios santo. ¿Quién podrá presentarse ante él? ¿Y a dónde podremos enviar el arca para que no se quede entre nosotros?» (1 Samuel 6:20)
Exalten al Señor nuestro Dios; adórenlo en su santo monte: ¡Santo es el Señor nuestro Dios! (Salmo 99:9)
Pero tú eres santo, tú eres rey, ¡tú eres la alabanza de Israel! (Salmo 22:3)
Y se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria».
(Isaías 6:3)
Y me daré a conocer en medio de mi pueblo Israel. Ya no permitiré que mi santo nombre sea profanado; las naciones sabrán que yo soy el Señor, el santo de Israel. (Ezequiel 39:7)
Cada uno de ellos tenía seis alas y estaba cubierto de ojos, por encima y por debajo de las alas. Y día y noche repetían sin cesar: «Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era y que es y que ha de venir». (Apocalipsis 4:8)
¿Quién no te temerá, oh Señor? ¿Quién no glorificará tu nombre? Solo tú eres santo. Todas las naciones vendrán y te adorarán, porque han salido a la luz las obras de tu justicia. (Apocalipsis 15:4)
Yo soy el Señor su Dios, así que santifíquense y manténganse santos, porque yo soy santo. (Levítico 11:44a)
Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo. (2 Timoteo 1:9)
Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación. (2 Corintios 7:1)
Si ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece, ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éxodo 19:5-6)
Pablo, llamado por la voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y nuestro hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo, junto con todos los que en todas partes invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y de nosotros (1 Corintios 1:1-2)
...nos concedió que fuéramos libres del temor, al rescatarnos del poder de nuestros enemigos, para que le sirviéramos con santidad y justicia, viviendo en su presencia todos nuestros días. (Lucas 1:74-75)
Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando. (Hebreos 10:14)
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