Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte —que lo repita ahora Israel—, si el Señor no hubiera estado de nuestra parte cuando todo el mundo se levantó contra nosotros, nos habrían tragado vivos al encenderse su furor contra nosotros. (Salmo 124:1-3)
Tener al Señor de tu parte hace toda la diferencia. Aunque enfrentes luchas y aflicciones, la presencia de Dios te libra de males inimaginables. El salmista pensó en la hipótesis de no tener a Dios presente en los momentos de mayor angustia y concluyó que eso habría sido su propio fin y el de toda la nación. Lo mismo nos sucedería a nosotros...
Considera al pueblo de Israel: el Señor es quien ha marcado toda la diferencia entre la liberación y la tragedia en medio de ellos. Ese pueblo ha logrado escapar por muy poco y muchas veces a lo largo de la historia. Nos basta con recordar las guerras, cercos, dominios, exilios, masacres, exterminios en masa, bombas y ataques terroristas. En un sentido natural ese pueblo ya debería haber desaparecido hace mucho tiempo. Pero continúa existiendo y es por una razón muy fuerte: el Señor ha estado de su parte.
El Señor está siempre de tu parte
Piensa por un momento: ¿dónde estarías hoy si no fuera por el Señor?
Ora y está consciente de la presencia de Dios todos los días de tu vida.
Agradece por las liberaciones y bendiciones que Jesús te concede (de muchas de ellas ni siquiera nos damos cuenta).
Recuerda a aquellos que viven sin Dios en su vida. Ora y evangeliza para que ellos también reconozcan la gracia del Señor y sean salvos. Para orar:
Señor Dios, reconozco que muchas veces he atribuido mis victorias a mi propio esfuerzo. También he pensado que estabas lejos en los momentos difíciles. Aun así, reconozco que mi vida es un milagro por tu causa. Si no fuera por ti, ¿qué sería de mí? ¿Qué sería de todos nosotros? Ayúdame a tener conciencia de eso y a recordar que Jesús está a mi lado sustentándome y amparándome siempre. Por eso te alabo y te doy las gracias. En el nombre de Cristo, amén.
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Devocional de Ayer
Jesús es el remedio para la ansiedad
Cuando en mí la angustia iba en aumento,
tu consuelo llenaba mi alma de alegría. (Salmo 94:19)
La ansiedad es un sentimiento que puede paralizar nuestra fe. De la misma forma, fortalecernos en la fe es la mejor forma de combatir la ansiedad. Mientras la fe es «la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve» (Hebreos 11:1), la ansiedad es movida por la duda y la incertidumbre.
¡Jesús es el remedio para la ansiedad! El diablo planta la duda, pero Cristo nos da alivio y dirección. No permitas que te domine la ansiedad. Medita en la Palabra de Dios. Disipa el miedo a lo que pueda traer el futuro con la presencia de Dios.
Echa fuera la ansiedad
Si te sientes ansioso, ora. Alivia tu corazón hablando con Dios sobre lo que sientes.
La fe viene por el oír de la Palabra de Dios. Cuando nuestra fe crece la ansiedad disminuye.
Para orar:
Señor tu Palabra me consuela. Tu voz me calma y trae alegría. Aleja toda la duda, el miedo y la incertidumbre que hay en mi corazón. ¡Haz tu morada en mí, Señor! Amén.
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