Entonces dije: ¡Ay de mí, pues soy muerto! Porque siendo un hombre de labios impuros y habitando en medio de un pueblo de labios impuros, mis ojos han visto al Rey, al SEÑOR de los Ejércitos. (Isaías 6:5)
Fueron muchas las veces en las que Isaías, profeta del Señor, habló palabras de denuncia y condenación a la gente de su tiempo. Isaías fue implacable, logró ver los errores más importantes que alejaban al pueblo de su Dios y los denunció con mucha habilidad, fue algo impresionante.
Sin embargo, la denuncia más importante de su vida no fue contra otras personas, sino contra sí mismo. Cuando Isaías tuvo la visión del trono de Dios, cuando tuvo contacto con el Señor, no le quedó más que reconocer que él mismo era culpable e imperfecto.
La Iglesia de hoy debe tener una actitud similar a la de Isaías. El cristiano necesita poder denunciar los pecados de la sociedad que le rodea, pero sin descuidar jamás el pecado que él mismo comete. ¡El camino, para los demás y para ti, es el del arrepentimiento!
Denuncia y arrepiéntete
¿Puedes identificar el pecado de las personas que te rodean? En tu trabajo, por ejemplo, ¿puedes ver cuando hay chismes? ¡Está atento y expresa tu oposición!
¿Puedes identificar tus propios pecados? ¿Pretendes que no existen o te arrepientes de verdad?
Para orar:
Señor, mi Dios, que estás sentado en el trono de la gloria, te pido que tu Espíritu Santo le revele a mi corazón los pecados que he cometido. Perdóname por mi arrogancia y ayúdame a posicionarme ante la sociedad. En el nombre de Jesús, amén.
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