Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería. El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido. (Salmo 51:16-17)
¿Alguna vez has hecho un voto o sacrificio para Dios?
Muchas religiones mantienen prácticas sacrificiales con la intención de obtener beneficios, redención personal, disculpa por el pecado o hasta auto-promoción espiritual. También están los que pasan por privaciones voluntarias en pro de una denominación, una causa o una persona. Todo eso puede parecer bonito, pero tiene poco o ningún valor ante Dios...
La Biblia dice que Dios no quiere sacrificios (Oseas 6:6). Él espera que creamos y nos arrepintamos (Marcos 1:15), que seamos misericordiosos, humildes y justos (Proverbios 21:3).
El sacrificio de Jesús en la cruz le agradó plenamente y fue suficiente para promover perdón y gracia. No hay nada que podamos hacer para alcanzar la salvación.
Tampoco es correcto regatear con Dios para conseguir bendiciones materiales. Lo que sí podemos ofrecer es una vida rendida a Jesús, amándolo con un corazón quebrantado que reconoce sus propios fallos, su fragilidad y su dependencia de Dios (Romanos 12:1).
Agrada a Dios con los sacrificios correctos.
Entrega a Dios sacrificios de alabanza (Hebreos 13:15-16) y no busques la gloria para ti mismo.
Lee los versículos mencionados arriba. Reflexiona sobre cómo deben ser los sacrificios a Dios.
Dale gracias a Dios por haber ofrecido el mayor sacrificio: Jesucristo. Él no rechaza a los que tienen poco o nada en las manos, pero se entregan a él con el corazón contrito y humillado.
¡Sé libre! Cuando aceptamos que el sacrificio de Jesús fue suficiente y que se ofreció también por nosotros, podemos librarnos del peso de cargas adicionales impuestas por el engaño de la tradición o de falsos profetas.
Entrega tu vida como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Dedícate a la alabanza y la gloria del Señor, amándolo a él y al prójimo.
Para orar:
Padre nuestro, Rey soberano en todo el universo. ¡Cuán grande eres, Señor! ¿Qué podría ofrecerte yo? ¡Todo es tuyo!
Perdóname si he intentado sacrificar alguna cosa por el motivo erróneo.
Tú no esperas mi sacrificio, pero deseas mi amor y obediencia. Te alabo porque no mediste esfuerzos, sino que te entregaste por amor a nosotros.
Gracias por tu sacrificio perfecto en la cruz.
Ayúdame a entregarte humildemente mi corazón para tener la vida que tú quieres que yo tenga.
En el nombre de Jesús, amén.
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