Bueno es esperar en silencio la salvación del SEÑOR. (Lamentaciones 3:26)
Vivimos en un mundo ruidoso. Hay prisa, hay ruido, hay distracciones por todas partes. Pero es en el silencio donde Dios se revela más profundamente. Cuando silenciamos las voces externas e internas y nos concentramos, somos capaces de escuchar el susurro del Espíritu, sentir la presencia del Padre y percibir lo que antes pasaba desapercibido.
Dios no necesita algarabías para manifestarse. Él estuvo presente en la suave brisa que le habló a Elías en el monte Horeb (1 Reyes 19:12). Se hace oír no solo con palabras sino también con su presencia. En el silencio, Dios consuela, corrige, dirige y ama. Es en ese espacio de pausa y entrega que nuestros corazones se alinean con su voluntad.
Muchas veces oramos mucho, hablamos mucho, pero escuchamos poco. La oración también es escuchar. El silencio es un lenguaje espiritual, una actitud de reverencia y humildad ante un Dios que todo lo sabe. Al guardar silencio reconocemos que él es Dios, soberano, fiel y presente.
En el silencio la fe se fortalece. Descubrimos que no necesitamos entenderlo todo ni tener todas las respuestas. Solo tenemos que confiar. Y es en este ambiente donde él obra milagros, cura heridas y renueva la esperanza.
Quizás estés esperando una respuesta del Señor. Quizás estés cansado del ruido de la vida. Intenta silenciarte. Apaga lo que te distrae. Y en ese espacio de quietud, permite que Dios hable. Él todavía habla. Y muchas veces elige el silencio para enseñarnos que su presencia es suficiente.
Encuentra la presencia de Dios en las pausas de la vida
Reserva momentos diarios para estar en silencio: aparta unos minutos cada día para estar en silencio ante Dios. Apaga las distracciones, respira profundamente y simplemente está con él.
Escucha más y habla menos: permite que Dios hable. Después de presentar tus peticiones, permanece en silencio, con el corazón abierto. A menudo, él responde dentro del alma, sin palabras audibles.
Confía incluso si no lo entiendes todo: las respuestas no siempre son inmediatas, pero fortalecen tu fe. Confiar en Dios en silencio es reconocer que él obra, incluso cuando no escuchamos ni vemos nada.
Para orar:
Señor, enséñame a escuchar tu voz en medio del ruido de la vida cotidiana. Permíteme encontrar descanso en tu presencia y confiar en tus acciones, incluso en el silencio. Háblame con calma, renueva mi fe y guía mis pasos con tu paz. Amén.
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