
Alaben al SEÑOR, porque es bueno:
¡Porque para siempre es su misericordia! (Salmo 136:1)
En la lucha o en la alegría, nuestro llamado es el mismo: exaltar al Señor con nuestras alabanzas. La alabanza es más que una canción. Es una expresión viva de nuestra fe, una declaración de que Dios es soberano, sin importar las circunstancias.
Cuando alabamos a Dios, algo poderoso sucede en nosotros. El desánimo se desvanece, las dudas se disipan y la presencia de Dios se hace más real. La alabanza nos recuerda quién es Dios: fiel, justo, amoroso, poderoso. Él es digno de todo nuestro reconocimiento, no solo cuando todo va bien, sino también cuando enfrentamos el valle de sombra de muerte.
Exaltar al Señor con toda alabanza es un acto de entrega y confianza. Es decir con el corazón: «Señor, te adoro no por lo que haces, sino por quién eres». En medio del dolor, alaba. En un buen día, alaba. En cada etapa de tu vida, alza la voz y glorifica a aquel que nunca falla.
La alabanza transforma el entorno. Abre puertas, fortalece la fe y allana el camino para los milagros. Cuando Pablo y Silas alabaron en prisión, las cadenas se soltaron. De igual manera, cuando decides alabar incluso en medio de las tribulaciones, las cadenas espirituales se rompen.
Hoy, decide exaltar al Señor con toda tu alabanza. No reprimas tu adoración. Que tu vida cante la grandeza de Dios. Porque él es bueno y su misericordia es infinita. Alaba con alegría, con fe y con todo tu corazón.
¡Él es digno!
Elige adorar a Dios incluso en momentos difíciles. La alabanza constante fortalece tu fe y te recuerda que Dios sigue en control y siempre puedes confiar en él.
En lugar de solo pedir, dedica tiempo a reconocer la bondad, la fidelidad y el poder del Señor. Esto alimenta la gratitud y mantiene tu corazón alineado con la verdad divina.
Usa la alabanza como arma espiritual. Canta, ora y declara las promesas de Dios en voz alta. El ambiente cambia cuando la verdadera adoración reemplaza la preocupación.
Para orar:
Señor Dios, te alabo y te exalto, porque eres digno de todo honor y gloria. En medio de las dificultades, elijo adorarte de corazón. Renueva en mí un espíritu de gratitud y fe, para que mi alabanza se eleve como incienso agradable ante ti. Que mi vida sea un testimonio de tu amor y fidelidad. Fortaléceme, Señor, para adorarte en todo momento. En el nombre de Jesús, amén.
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