
Por lo tanto, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. (Mateo 6:33)
En un mundo donde, a menudo, se mide la prosperidad por el número de cuentas bancarias, casas de lujo o automóviles importados, es fácil quedar atrapado en una visión distorsionada de lo que realmente significa ser próspero. La sociedad exalta la acumulación de bienes como sinónimo de éxito, pero la Palabra de Dios nos presenta una perspectiva mucho más valiosa.
La verdadera prosperidad que ofrece Jesús no se limita a lo material. Es espiritual, eterna y llena de propósito. Prosperar, a los ojos de Dios, es vivir una vida alineada con su voluntad. Es tener paz en medio de la tormenta y cultivar un corazón agradecido aún en los momentos difíciles. Es saber que tenemos un Padre que cuida de nosotros, suple nuestras necesidades y nos llama a una vida abundante, no necesariamente de bienes, sino del fruto del Espíritu.
Jesús nunca prometió una vida sin luchas, pero nos aseguró su compañía. El apóstol Pablo aprendió a estar contento en cualquier situación en la que se encontraba, porque su prosperidad no provenía de sus circunstancias, sino de la suficiencia de Cristo. Esta es la prosperidad que verdaderamente vale la pena perseguir: la que transforma el corazón, forma el carácter y nos prepara para la eternidad.
Buscar la verdadera prosperidad significa poner a Dios en el centro, confiar en su provisión y vivir para glorificarlo, sabiendo que todo lo que realmente importa ya nos ha sido dado en Cristo.
Vive la verdadera prosperidad
Prioriza tu comunión con Dios en la oración y la lectura de la Palabra, porque es en él que encontramos dirección, paz y verdadero contentamiento.
Evalúa tu vida con los ojos de la fe, reconociendo que los frutos espirituales son más valiosos que los logros fugaces del mundo.
Incluso en tiempos difíciles, mantén la fe de que Dios suple todas nuestras necesidades, ya que cuida de sus hijos con amor y fidelidad inquebrantables.
Para orar:
Señor, enséñame a buscar la verdadera prosperidad que viene de ti. Permíteme encontrar contentamiento en tu presencia, vivir conforme a tu voluntad y confiar en tu provisión. Moldea mi corazón para valorar lo eterno, no lo fugaz. En el nombre de Jesús, amén.
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